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¿De qué depende mi éxito profesional?

Bajo este título se incluirán a lo largo de varios artículos, diversas reflexiones sobre los factores que afectan a nuestro desarrollo y éxito profesional. 

Nuestro desarrollo y éxito profesionales no son un proceso y un resultado aislados, conectados por una simple relación lineal de causa-efecto, sino que están relacionados de manera compleja con otros factores clave que a veces no contemplamos. 

¿Qué vemos cuando observamos la vida de conocidos artistas, deportistas, científicos, empresarios, políticos, directores de importantes instituciones financieras, presidentes de estado, etc.? Pues, que a veces, algunos de ellos  se desploman cuando están en su máximo esplendor, por hechos sorprendentes que nos resultan incomprensibles. ¿Cuáles pueden ser las causas?

La palabra “éxito” tiene distintos significados.

Unos tienen que ver con el cumplimiento de los cánones sociales bien aceptados, como ser el jefe, llegar a la fama o tener mucho dinero. Otros giran alrededor de la satisfacción de nuestras necesidades, sean visibles, o invisibles por inconscientes.

¿Miramos hacia fuera o hacia dentro de nosotros cuando hablamos de éxito?

¿Podemos sentir el éxito dentro de nosotros?

¿Qué sentimos cuando estamos en él?

Lo socialmente bien aceptado y lo visible individual suelen llevarse bien; pero las necesidades individuales invisibles suelen llevarse mal con las exigencias sociales.

Cuando no existe un alineamiento entre ambas, en algún momento se produce el descarrilamiento. Si la estructura psíquica que soporta nuestra fachada aparente no es sólida, en algún momento nuestra máscara se derrumba. Sucede cuando nuestros traumas, bloqueos, anhelos insatisfechos y demás enredos invisibles nos impulsan a realizar acciones incompatibles con la apariencia y la aceptación social.  

Viaja a tu inconsciente. Aligera tu carga para vivir mejor.

Si no entramos en el sótano oscuro de nuestro inconsciente y si no lo vaciamos de todos esos trastos, memorias y programas erróneos que ya no nos sirven, nos ocupan y nos dificultan el paso a una vida más ágil y ligera, reaparecerán siempre que un hecho desencadenante los despierte y los saque de su madriguera. Y así, continuarán generando repetitiva y tozudamente incidentes indeseados e incomprendidos que perjudican nuestro crecimiento personal y nuestro desarrollo profesional.

El desarrollo profesional está íntimamente relacionado con el crecimiento personal.

Se influyen mutuamente. Éste se inicia antes que aquel en el tiempo. Cuando empezamos nuestro camino profesional, ya estamos premodelados por las experiencias y emociones vividas durante la fecundación, el embarazo, el nacimiento, la infancia, la adolescencia y la juventud. 

Pero no estamos predeterminados. Casi todo es cambiable a mejor. Milton Erickson decía una frase memorable al respecto: «Siempre estamos a tiempo de tener una infancia feliz”. 

¿Estamos dispuestos a entrar en nuestro sótano oscuro? ¿Vamos a vaciarlo de nuestros trastos? ¿Dejamos espacio para acoger lo nuevo? ¿Cómo conseguirlo? 

La Inteligencia Sistémica ayuda a la persona que ha decidido entrar en su desván y limpiarlo de bártulos limitantes y debilitantes, a hacerlo de una forma acompañada, calmada, serena, protegida y confidencial.  

En este viaje, la persona puede ver y conectar con aspectos clave suyos, invisibles hasta ese momento, que dan sentido a síntomas, comportamientos y reacciones hasta ahora “sin sentido” para ella. Cuando ese momento mágico sucede, la persona experimenta un gran alivio, su cara se relaja y su mirada transmite claridad y agradecimiento por estar en la vida. 

La Inteligencia Sistémica ayuda en ello en poco tiempo y bajo coste.

¿Por qué nos cuesta dejar de «actuar» en círculo?

Es habitual escuchar ese eterno fastidio en torno a la desbordante rutina que nos envuelve. Que las responsabilidades, que las obligaciones, que los compromisos…Ese “de todo un poco” que se traduce en “demasiado” y que infinitas veces opera de escudo para ocultar nuestra falta de claridad para conectarnos con lo que realmente deseamos.

Muchas veces nos encontramos en época de caos, mala racha y energía y justificamos o permitimos que todo nos salga “mal”. Sin embargo, cuando todo está “bien”, cuando los astros nos favorecen y la vida parece ser un camino sin obstáculos, aún experimentando alivio, seguimos sintiéndonos en una especie de conformidad incómoda.

Escuchaba, en relación a lo expuesto, la conversación que mantenía un grupo de amigos. Uno de ellos explicaba que había decidido acudir a un profesional para que le ayudase a dar forma a su proyecto como emprendedor; ese fue el detonante para que todos expusieran, sin orden alguno, cada uno de sus peculiares avatares diarios y sus proyectos pospuestos. La realidad es que ninguno parecía tener determinación en cuanto a lo que quería, ni sabía por dónde empezar, aunque todos coincidían en que lo que no encontraban era la forma de desacomodarse de la rutina para centrarse en lo que querían realmente.

Como el tiempo es finito, no hace paréntesis y no da privilegios, todo debemos hacerlo mientras “transitamos” por esa rutina que nos parece más dirigida por los demás, que por nosotros mismos.

Ejemplos como la charla citada anteriormente se dan con más frecuencia de la deseada. Se escuchan por doquier quejas, excusas, desencuentros, etc … Sin embargo, muchos permanecen en la zona cómoda, en un círculo vicioso que los mantiene desconectados de sus potencialidades y verdaderos propósitos, haciendo lo justo para llegar a “algún sitio”. Ahora bien, si no saben con claridad hacia dónde quieren ir, “algún sitio” será el único y repetitivo objetivo cumplido con creces.

Me pregunto entonces:

¿Por qué nos cuesta tanto dejar de ”actuar” en círculo? ¿Por qué nos vemos repitiendo más o menos lo mismo, sin conectar con nosotros mismos? ¿Sabemos realmente lo que queremos? ¿Por qué siempre vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro? ¿A qué le tenemos miedo?

Lo que desconocemos de nosotros mismos nos domina. Lo que resiste, persiste.

Saber qué queremos es una de las cuestiones básicas para gestionar nuestra propia felicidad. Apunta a lo que queremos como seres auténticos, y no a lo que quiere nuestra “imagen maquillada”, esa que responde a las expectativas de los demás y que de tanto repetirla la terminamos incorporando como verdadera.

Liberarnos de las máscaras y aceptarnos, con lo bueno y con lo malo, es el primer paso para conectarnos con nuestro interior y para descubrir ese lugar hacia el que queremos llegar.

El valor de encontrarnos con nuestra identidad genuina es altísimo, pues descubrimos fortalezas, debilidades, aspectos de nosotros que nos gustan y otros que no nos gustan tanto, pero que forman parte de nosotros también y están ahí para enseñarnos algo.

Si nos atrevemos a reconocer esos aspectos personales que nos negamos a ver, podremos aprender y aprehender las enseñanzas que guardan para nosotros, transformarlos y transcenderlos. Si, por el contrario, los ignoramos, seremos “presa” de su energía retenida y no aceptada que se rebelará contra nuestra imagen mentalmente establecida como “correcta” cuando menos lo esperemos, creando insatisfacción y sufrimiento en nuestra vida y en la de nuestros seres cercanos.

Recordemos: lo que resiste, persiste. 

¿Cómo librarme de las memorias que me hacen sufrir?

Los ordenadores contienen archivos y programas. Algunos tienen errores y virus. Mediante el formateado se limpian. Cuando compramos un ordenador de última generación, volcamos toda la información del antiguo al nuevo, y formateamos para evitar que los errores y virus existentes en aquel pasen y dificulten el funcionamiento del nuevo ordenador.

Los seres humanos también llevamos memorias y programas en nosotros. Las primeras proceden de nuestra propia experiencia y de las generaciones que nos han precedido.

Nuestros programas tienen nombres diversos: lealtades, mandatos, patrones de comportamiento, creencias, herencias. Parte de estas memorias y programas contienen errores, virus, limitaciones, órdenes, legados tóxicos o como queramos llamarlos, que nos complican y dificultan la existencia. Sabemos que están ahí porque algo en nosotros no va del todo bien. ¿Podemos limpiarnos de ellos?

Un paréntesis para repasar algunas historias.

En su libro autobiográfico “El secreto”, Philippe Grimbert nos cuenta su alta sensibilidad a pequeños detalles y sus fuertes reacciones a hechos que de entrada desconocía el significado. Sólo más tarde, al ir tirando del hilo y deshaciendo los nudos del ovillo con su paciente búsqueda, logra reconstruir la historia que explica y da sentido al misterio que ha impregnado una gran parte de su vida.

El neuropsiquiatra Boris Cyrulnik ha necesitado 69 años para reconstituir el puzzle de su vida y escribir su último libro “Sauve-toi, la vie t´appelle“, desde aquella noche en la que fue detenido por dos hombres armados que rodeaban su cama, con 6 años y con sus padres ya deportados. Transcribo algunas de sus frases:

«Cuando la memoria es sana, una representación de mí coherente y sosegada se construye en mí y explica la forma de vivir que me permite ser feliz y planificar mis acciones futuras”.

“Una memoria traumática no permite construir una representación mía que me da seguridad porque su evocación hace llegar de nuevo a mi conciencia la imagen del choque. Esta desgarradura congela en mí la imagen pasada y ensombrece mi pensamiento. Cuando la desgarradura me anula porque es demasiado intensa o porque estoy fragilizado por heridas anteriores, permanezco atontado, en agonía psíquica”.

“Una memoria traumática es intrusiva. Se impone y se adueña de nuestra alma. Prisioneros del pasado, volvemos a ver sin cesar las imágenes insoportables que, en la noche, pueblan nuestras pesadillas. La más pequeña banalidad de la vida despierta el desgarro: ”La nieve navideña en la montaña me trae a mí la imagen de los cadáveres helados de Auschwitz”, dice el superviviente”.

“La memoria traumática es una alerta constante para un niño herido: cuando es maltratado, adquiere una vigilancia helada y continúa sobresaltándose al mínimo ruido. Poseído por la desgracia pasada y fascinado por la imagen de horror instalada en su memoria, el herido se aleja del mundo que le rodea. Parece ido, indiferente, embotado, mientras su mundo íntimo hierve”.

“Cuando se ha vivido una experiencia traumática, un circuito de memoria queda impreso en nosotros. Nos hacemos hipersensibles a un tipo de información que, en lo sucesivo, percibimos con más agudeza que los otros. Los niños maltratados perciben más fácilmente la menor señal que puede anunciar el maltrato: una mandíbula ligeramente crispada, una mirada de pronto fija, un minúsculo ceño de cejas previo a un acto violento, etc. Así, constituimos “nuestro mundo escondido”. Alguien que jamás haya vivido esta experiencia dirá que son imaginaciones”.

“La memoria traumática altera la manera de entrar en relación. Para sufrir menos, el herido evita los lugares donde sufrió el trauma, las situaciones y objetos que podrían evocarlo y se impide pronunciar las palabras que pueden despertar la herida. No es fácil cotejarse con este herido mudo que habiendo enquistado su sufrimiento, se impide exteriorizar sus emociones. No busca comprender ni hacerse comprender. Se siente solo y excluido de lo humano”.

“La memoria traumática está soportada por una imagen clara sorprendentemente precisa, rodeada de percepciones borrosas, una certeza envuelta de creencias. Pero este tipo de memoria no es inexorable, aunque esté su traza en el cerebro. Evoluciona según los encuentros que obligan al cerebro a reaccionar diferentemente. Cuando el medio cambia, el organismo estimulado de otra manera secreta otras substancias”.

“Todo trauma modifica el funcionamiento cerebral. No todos reaccionamos de la misma manera ante un mismo hecho. Depende de nuestro estado anterior al suceso. Si un niño ha recibido un afecto seguro en sus inicios, el sentimiento de seguridad que se deriva de ello, impide que la memoria visual imponga sus imágenes de horror y se apodere de su mundo íntimo. Si además, puede hacerse una representación verbal de lo sucedido y encontrar a alguien para explicárselo, esta aptitud para verbalizar facilita también su dominio emocional. Todo niño con estas dos corazas protectoras se verá menos afectado al recibir el impacto traumatizante”.

“Los traumatizados tienen una clara memoria de imágenes y una mala memoria de palabras”.

Lo que nos deja todo esto…

Las frases seleccionadas del magnífico libro de Boris Cyrulnik nos muestran con una gran claridad las consecuencias de albergar en nosotros memorias generadas por hechos traumáticos vividos que nos complican la existencia.

Las experiencias pasadas propias y heredadas, traumáticas o no, al quedarse en nosotros en forma de memorias y programas, influencian inconscientemente nuestras percepciones, pensamientos, actitudes, acciones, vida y destino.

El afecto seguro, tomado principalmente de nuestros padres y la aptitud para verbalizar lo sucedido, son dos escudos protectores previos que suavizan el impacto emocional de un hecho hiriente.

¿Para qué asistir a un taller de Inteligencia Sistémica?

Cada uno de nosotros somos únicos por las distintas herencias recibidas y por las diversas experiencias vividas en vida. Algunas de ellas nos dan fuerza y nos potencian. Otras nos debilitan, nos limitan y nos pesan como una losa. Aunque no somos conscientes de que las llevamos, hay síntomas reveladores de su existencia: una enfermedad, una adicción, un estallido o un bloqueo emocional repetitivo, dificultades laborales, económicas y relacionales persistentes, falta de energía y de atención, acciones realizadas inesperadas no deseadas, etc.

Los talleres de Inteligencia Sistémica ayudan a explorar estas situaciones difíciles, a detectar sus causas y dinámicas, hacerlas visibles y comprensibles, dar los impulsos necesarios y construir las bases de solución para estar mejor con nosotros mismos, y por ende, con los demás.

Recursos para la satisfacción personal.

¿Confías en quien no conoces? NO.

¿Cuando llegas a conocer, te resulta más sencillo confiar? SÍ.

Depositando la confianza en alguien más te sientes más seguro? SÍ. 

De acuerdo, entonces podríamos afirmar que la confianza está absolutamente ligada al conocimiento y ambos a la seguridad.

Poniéndolo en primera persona, podríamos preguntar lo mismo:

¿Confías en ti? ¿Te conoces lo suficiente? ¿Vas por la vida siendo tú mismo o llevas máscaras cada vez que crees que “tu yo disfrazado” siempre estará más a la altura y te dará más seguridad que ”tu yo en estado puro”?

La cuestión es ser o parecer.

Rara vez nos detenemos a pensar cómo somos de auténticos en cada situación, con cada persona o en cada entorno social. Somos así, “como mejor nos sale”, y no presionamos ningún botón para que se active alguna de nuestras máscaras; simplemente fluye, como si fuera un mecanismo de acción necesario cuando entendemos que ser “tal cual somos” no es la mejor opción para ser aceptados… o, mejor dicho, para no ser rechazados.

Es difícil tomar conciencia de cuándo nuestro ego toma el control, salvo en los casos en los que padecemos las consecuencias de convertirnos en alguien muy distinto a nuestro ser esencial, por una cuestión de mera conveniencia y por una falta total de autoconfianza.

Piensa si no: ¿cuántas veces, en una entrevista de trabajo, ofreces respuestas de manual porque no confías en las tuyas?, ¿cuántas te has quedado en silencio para evitar el conflicto?, ¿cuántas otras, en una relación de pareja, eliges callar porque temes el abandono?; ¿en cuántas ocasiones, para agradar a alguien, finges ser lo que no eres, exageras facetas de tu personalidad o persigues algo que, si lo piensas bien, te da igual?

Tu meta no puede estar en la conquista de algo tan efímero como un mejor trabajo o una relación sin sobresaltos. No quieres realmente posicionarte o permanecer en un lugar sólo por lograr el reconocimiento, la aceptación y/o la admiración de los demás. ¿Acaso lograrlo te hará más feliz?

¿Sabes lo que buscas realmente? ¿A dónde y por qué quieres llegar? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Creamos lo que creemos.

Y tal vez por eso nos refugiamos en el ego, confiamos en él y dejamos que actúe por nosotros.

Todos creamos una realidad de lo que nos rodea y de nosotros mismos y actuamos según esas creencias inconscientes que tienen que ver con mandatos o patrones mentales. En muchos casos representan limitaciones que nos dejan siempre en el umbral de todo nuestro potencial intrínseco. Allí están instalados todos los “no puedo”, “no sé”, “esto no es para mí”, “no me quieren”, “no me lo merezco”, “esto es demasiado”, “tal vez en otra vida”, etc.

A muchas personas no les interesa lo que ven, sino cómo lo ven. Y así, se vuelcan hacia una carrera por la apariencia. Etiquetan y quieren ser etiquetados; quieren pertenecer. Porque ese sentido de pertenencia, culturalmente, significa haber sido aceptado, haber logrado un status que les posiciona ante la mirada de los demás como creen ser. Es un círculo vicioso, en el que terminan siendo parte del mismo sistema social y cultural que infinita e incansablemente critican.

Si no somos capaces de ver con claridad lo que realmente queremos y hacia dónde vamos, nos terminamos perdiendo tras las máscaras y alejándonos de nuestro SER y de nuestros auténticos dones y talentos. Y así es como nos volvemos inseguros, nos da miedo cambiar, cometer errores y asumir compromisos o responsabilidades, entre otras cosas.

Quien no se conoce, difícilmente se ama, evoluciona, cambia o descubre.

Tipos de inteligencia y talento. (Descubre tus talentos).

¿Se nace con talento o se hace? Si estamos convencidos de que se trata de algo innato, nos hemos predeterminado y ya no podemos hacer nada. Es inútil intentar cultivarlo y potenciarlo. De una u otra forma, nos hemos dictado sentencia y condena para permanecer en la jaula de nuestros pensamientos limitados.

Los últimos avances en diversos campos científicos indican que, independientemente del talento, inteligencia y recursos que tengamos al nacer, podemos hacer muchas cosas para disfrutar de nuestra existencia, y contribuir a que los demás también la gocen. Sea cual sea ese punto de partida del viaje de nuestra vida, es posible disfrutar de su recorrido, asombrarnos de nuestros descubrimientos y crecer como personas. 

Howard Gardner encontró en 1983, ocho inteligencias entre las personas:

  1. Lingüístico-Verbal
  2. Lógica-Matemática
  3. Visual-Espacial
  4. Musical
  5. Corporal-Cinestésica
  6. Intrapersonal
  7. Interpersonal
  8. Naturalista

Sin dudarlo, me permito añadir dos tipos de inteligencia más:

  1. Sistémica
  2. Espiritual
Estas capacidades de entender, relacionarnos y adaptarnos al mundo que nos rodea, son distintas y en parte dependientes. La inteligencia de cada persona es una combinación de ellas en determinados subconjuntos y en proporciones muy distintas.

Estas diferencias desafían al sistema educativo basado en la idea que todos pueden aprender las mismas materias del mismo modo y que basta con una medida uniforme y universal para poner a prueba el aprendizaje de los alumnos. Las actividades de la escuela deberían dejar de girar en torno a las dos primeras inteligencias, como ocurre hoy. Si no aprenden igual, tampoco se les puede enseñar de la misma manera.

Cada individuo es una combinación particular de inteligencias.

Y no sólo se diferencian en la intensidad, sino también en el cómo recurren a ellas y las combinan para llevar a cabo diferentes labores, solucionar problemas y progresar en distintos ámbitos.

De sobra sabemos que para desenvolverse en la vida, no basta con tener un gran currículum académico. De hecho, en cada campo se utiliza un tipo de inteligencia distinto. Albert Einstein no es más ni menos inteligente que Miguel de Cervantes, Gaudí, Mozart, Michael Jordan, Nelson Mandela o Steve Jobs. Sus inteligencias son diferentes. Todos tenemos inteligencia, aunque no tengamos inteligencia para todo.

Creamos lo que creemos.

Toda inteligencia tiene una parte innata y una parte que se puede desarrollar. Ahora bien, para que nuestra inteligencia y nuestro talento puedan desarrollarse, florecer y expresarse, necesitan de la pasión, del placer y de la energía. Todo ello nos impulsa al esfuerzo sin esfuerzo, o al esfuerzo que nos permite alcanzar un gran resultado, a encontrar el apoyo de las personas adecuadas y a conseguir los recursos que necesitamos.

Ver tocar el piano a Arthur Rubinstein o cabalgar una ola al surfista Kelly Slater ayuda a comprender ese estado en el que todo fluye en atención y satisfacción plena.

Sin embargo, esas condiciones previas no se cumplen en muchos casos. Cuando nos falta pasión y energía, todo se nos hace pesado en vez de ligero y entonces, aunque hagamos grandes esfuerzos, conseguimos pocos resultados. Es un síntoma que nos dice que hay algo que debemos arreglar en nosotros ¿Cómo buscarlo y encontrarlo?

Las constelaciones sistémicas para descubrir y arreglarnos.

En un taller de constelaciones sistémicas, una joven:

Comentó: “Disfruto bailando y tocando el violín. Tengo dificultades para trabajar y vivir de ello. Ahora me estoy formando como terapeuta”.

Más adelante afirmó: «Mi padre y mi madre son artistas. Él no ha dejado ejercer de artista a mi madre porque es difícil ganarse la vida como tal. Mi padre ha trabajado como artista y no ha ganado dinero”.

 Y luego mencionó: «Mi padre está delicado de salud y, cuando yo era pequeña, me dijo: Cuando yo sea mayor, tú cuidarás de mí”.

Le sugerí entonces, que se colocara frente al representante de su padre y que le dijera: «Querido papá, yo cuidaré de ti, pero como tu hija, no como terapeuta. Dame tu fuerza y tu permiso para seguir mi camino, aunque dicho camino no sea el que tu quieres para mí”.

Al cabo de unos meses recibí un correo suyo. Se había convertido en la primera bailarina de un espectáculo en uno de los teatros de la ciudad.

Con frecuencia estamos inconscientemente enganchados a lealtades, mandatos y patrones ciegos, a creencias limitantes, a herencias tóxicas. No las vemos, pero nos condicionan. La señal de alarma salta cuando sentimos que algo hay.

Sólo a nosotros nos corresponde decidir y actuar. Descubrirlas y exponerlas a la luz es la mejor manera de soltarlas. Liberamos así nuestra energía allí bloqueada. La ponemos al servicio de nuestro talento. Ahora ya podemos fluir.

Libera tu talento y fluye con la vida.

Cada uno tiene su propio talento e inteligencia. No obstante, tanto antes como después de nacer, pueden suceder hechos que impidan o dificulten que ese talento pueda desarrollarse, florecer y expresarse. Pero hoy, podemos remover ese impedimento o dificultad. Sólo necesitamos aprender el significado de su mensaje.

Al efecto, la Inteligencia Sistémica nos ayuda a:

  • Detectar estos mensajes implícitos en los síntomas de que algo limita la libre expresión de nuestro talento.
  • Superar esas barreras sutiles y no siempre visibles.
  • Fluir y disfrutar.
  • Conseguir los mejores resultados con el menor esfuerzo.

Ciertamente, es una de las herramientas más potentes y eficaces que hay para lograr el bienestar, el equilibrio y fuerza interior de las personas y de los sistemas familiares, laborales y organizacionales a los que pertenecen.

Viajar con Inteligencia Sistémica es entrenarse en actitudes positivas hacia la exploración, el autoconocimiento y el fortalecimiento interior de uno mismo.

Aprender lo esencial para una vida mejor.

¿Qué es lo esencial para mí? ¿Poder comer? ¿Tener un techo? ¿Un trabajo? ¿Ser rico? ¿Poderoso? ¿Famoso? ¿Ser libre? ¿Recibir el reconocimiento de los demás? ¿Mantener unas buenas relaciones con las personas? ¿Alcanzar la reconciliación con mis seres queridos? ¿En mi familia? ¿En mi país? ¿Ayudar a otros? ¿Estar conectado con Dios?

La respuesta adecuada para mí, lo es para mí, pero difícilmente lo es para los demás. Cada uno de nosotros es un ser único, con sus herencias genéticas, emocionales, económicas, históricas y culturales únicas, con sus experiencias de vida únicas, con sus creencias, pensamientos y emociones únicas.

¿Qué faro o criterio utilizo para orientarme y llegar al puerto de lo esencial para mí? ¿En qué dirección me desplazo?

De hecho, no tengo una carta de navegación con un puerto final de llegada. La travesía raramente sigue una línea recta. Los vientos cambian constantemente de dirección y de intensidad. Con frecuencia, dejo estelas en zigzag al navegar. A medida que voy avanzando, suceden hechos y los vivencio, y en base a ello, me paro, sigo o corrijo.

“Caminante no hay camino. Se hace camino al andar”.

¿Cómo sé que voy en la buena dirección? El criterio que yo utilizo para orientarme es sentirme mejor. Cuando avanzo por una cierta ruta ¿Me siento mejor o peor? ¿Sigo o cambio de rumbo? ¿Qué he de aprender en base a ello?

De tanto en cuanto aparece una tempestad. A veces conviene refugiarse en algún lugar seguro. Otras veces, necesito reparar una avería, limpiar el casco o hacer acopio de víveres y de otros recursos antes de iniciar la siguiente etapa. Voy haciendo escala en distintos puertos. En ocasiones, tengo la ilusión de llegar al puerto soñado. Y cuando llego a él y lo descubro, me doy cuenta que aún no es el puerto que busco.

¿Cómo sé que he llegado al buen puerto? Lo sé cuando me siento bien conmigo mismo. Cuando hay coherencia entre lo que siento, lo que pienso, lo que digo y lo que hago. Cuando vivo en atención plena, en el aquí y en el ahora. Cuando siento lo que los demás sienten, sin verme arrastrado por sus emociones y con la energía adecuada para poder actuar en consecuencia. Cuando fluyo sin límites. Cuando amo plenamente la vida tal como es. Cuando siento agradecimiento por lo que soy y por lo que vivo.

¿Cómo puedo acercarme y arribar a este buen puerto de mi vida?

Hay una condición previa: decidir hacer el viaje y actuar en consecuencia. Pero no todo el mundo recibe este don o impulso, y desconozco la razón. Si a mí me ha llegado el impulso de realizar el viaje para mejorar mi vida, el siguiente paso es elegir el mejor barco, las terapias o las herramientas más adecuadas para mí y la Inteligencia Sistémica es una de ellas.

La inteligencia sistémica para hacer un mejor viaje.

La persona que ha decidido iniciar el viaje para mejorar esencialmente su vida, utilizando la Inteligencia Sistémica, se verá ayudada para:

  1. Interpretar lo que encierra su lenguaje y bucear en las aguas profundas de su discurso sobre el asunto que quiere tratar.
  2. Descifrar los síntomas de lo que no va bien.
  3. Sentir, explicitar y dar sentido a sus emociones.
  4. Visualizar sus escollos, rompientes, tempestades y naufragios vividos.
  5. Poner de manifiesto las corrientes de fondo imperceptibles que la desvían de su ruta. Detectar los factores climáticos diversos que, pesar de sus orígenes lejanos, condicionan su viaje, su bienestar y el de su sistema básico.
  6. Vivenciar lo anterior y encontrar mejores significados a ciertos hechos.
  7. Descubrir el lugar que nos corresponde en la vida.
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