Es habitual escuchar ese eterno fastidio en torno a la desbordante rutina que nos envuelve. Que las responsabilidades, que las obligaciones, que los compromisos…Ese “de todo un poco” que se traduce en “demasiado” y que infinitas veces opera de escudo para ocultar nuestra falta de claridad para conectarnos con lo que realmente deseamos.
Muchas veces nos encontramos en época de caos, mala racha y energía y justificamos o permitimos que todo nos salga “mal”. Sin embargo, cuando todo está “bien”, cuando los astros nos favorecen y la vida parece ser un camino sin obstáculos, aún experimentando alivio, seguimos sintiéndonos en una especie de conformidad incómoda.
Escuchaba, en relación a lo expuesto, la conversación que mantenía un grupo de amigos. Uno de ellos explicaba que había decidido acudir a un profesional para que le ayudase a dar forma a su proyecto como emprendedor; ese fue el detonante para que todos expusieran, sin orden alguno, cada uno de sus peculiares avatares diarios y sus proyectos pospuestos. La realidad es que ninguno parecía tener determinación en cuanto a lo que quería, ni sabía por dónde empezar, aunque todos coincidían en que lo que no encontraban era la forma de desacomodarse de la rutina para centrarse en lo que querían realmente.
Como el tiempo es finito, no hace paréntesis y no da privilegios, todo debemos hacerlo mientras “transitamos” por esa rutina que nos parece más dirigida por los demás, que por nosotros mismos.
Ejemplos como la charla citada anteriormente se dan con más frecuencia de la deseada. Se escuchan por doquier quejas, excusas, desencuentros, etc … Sin embargo, muchos permanecen en la zona cómoda, en un círculo vicioso que los mantiene desconectados de sus potencialidades y verdaderos propósitos, haciendo lo justo para llegar a “algún sitio”. Ahora bien, si no saben con claridad hacia dónde quieren ir, “algún sitio” será el único y repetitivo objetivo cumplido con creces.
Me pregunto entonces:
¿Por qué nos cuesta tanto dejar de ”actuar” en círculo? ¿Por qué nos vemos repitiendo más o menos lo mismo, sin conectar con nosotros mismos? ¿Sabemos realmente lo que queremos? ¿Por qué siempre vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro? ¿A qué le tenemos miedo?
Lo que desconocemos de nosotros mismos nos domina. Lo que resiste, persiste.
Saber qué queremos es una de las cuestiones básicas para gestionar nuestra propia felicidad. Apunta a lo que queremos como seres auténticos, y no a lo que quiere nuestra “imagen maquillada”, esa que responde a las expectativas de los demás y que de tanto repetirla la terminamos incorporando como verdadera.
Liberarnos de las máscaras y aceptarnos, con lo bueno y con lo malo, es el primer paso para conectarnos con nuestro interior y para descubrir ese lugar hacia el que queremos llegar.
El valor de encontrarnos con nuestra identidad genuina es altísimo, pues descubrimos fortalezas, debilidades, aspectos de nosotros que nos gustan y otros que no nos gustan tanto, pero que forman parte de nosotros también y están ahí para enseñarnos algo.
Si nos atrevemos a reconocer esos aspectos personales que nos negamos a ver, podremos aprender y aprehender las enseñanzas que guardan para nosotros, transformarlos y transcenderlos. Si, por el contrario, los ignoramos, seremos “presa” de su energía retenida y no aceptada que se rebelará contra nuestra imagen mentalmente establecida como “correcta” cuando menos lo esperemos, creando insatisfacción y sufrimiento en nuestra vida y en la de nuestros seres cercanos.
Recordemos: lo que resiste, persiste.