Cuestiona y transforma aquellas creencias que te impiden avanzar.

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Creencias Limitantes
y Potenciadoras.

El secreto del éxito es la constancia en el propósito. Benjamin Disraeli.

Me permito agregar que, cuando el propósito está enfocado en algo externo y está concentrado -sobre todo- en recibir el reconocimiento de los demás, es algo efímero. Es decir, cuando por fin lo consigamos, aparecerá un nuevo propósito. Es una especie de premio al hacer. Por ello, hacer y lograr, sin conexión con el propósito interior, es temporal y momentáneo, porque nunca acaba de satisfacernos definitivamente.

Ahora bien, cuando el propósito es interior, es decir, cuando el hacer está infundido por la calidad atemporal del Ser, podemos considerarnos exitosos. Es decir, si el ser fluye en el hacer, estamos presentes, concentrados en lo que está pasando aquí y ahora, liberados del ego y de los pensamientos condicionados.

Sabemos que es complicado no confundirse. Estamos desbordados de biografías y avisos publicitarios que nos hablan del éxito como una cuestión exterior: “Tendrás éxito si tienes tal coche, si consigues ese ascenso, si te compras una casa en la playa o si alcanzas una estética determinada”. Es cierto que todo eso podría mejorar nuestro bienestar, pero ¿de verdad creemos que es suficiente y va a convertirnos en personas exitosas y plenas? ¡Claro que no! porque el propósito exterior, a diferencia del interior, siempre cambia y quiere más.

Encontrar nuestro propósito interior y vivir de acuerdo a él es la base para cumplir con nuestro propósito exterior -y no al revés-.

Efectivamente, cada uno de nosotros tenemos nuestro propio mapa mental acerca de cómo debemos vivir la vida, producto de nuestros pensamientos, percepción y patrones de creencias que hemos asumido como propias y que, sin darnos cuenta, proceden, en gran parte, de nuestros padres, educadores y personas cercanas.

También estamos influenciados por ataduras con el pasado que nos pueden ocasionar miedos, ansiedad, culpabilidad, desconfianza, pesimismo, exigencias, etc., procedentes de personas que ya no están y nos siguen influyendo a lo largo de nuestra vida. Ahora bien, si no son nuestras, si son inconscientes y si pueden estar bloqueándonos o paralizándonos, ¿por qué no cuestionarlas?

Todas esas creencias inconscientes rigen nuestras decisiones, emociones, actitudes, comportamientos y también, por supuesto, la proyección de nuestro ser exitoso. ¿Te imaginas haber crecido con la creencia de que sólo tienen dinero las personas deshonestas o que sólo son felices las personas que tienen dinero? ¿No te inquieta ser de las personas que creen que sin una pareja serás infeliz hagas lo que hagas, o que sin una carrera ya puedes considerarte un fracasado/a?.

No podemos cambiar lo que ha pasado hasta hoy, pero sí comprenderlo y darle otro significado para sanarlo y liberarnos.

Si tomamos conciencia de nuestras creencias y aprendemos a positivizar (de manera realista), sobre todo, las creencias limitantes, estaremos abriéndonos a nuevas oportunidades y permitiéndonos tomar la responsabilidad sobre nuestra vida. Dicho de otra forma, estaremos ejerciendo nuestra capacidad o habilidad para responder de manera consciente ante lo que nos sucede.

Así nos lo afirma Carmen Sherpa, nuestra coach especialista, que, teniendo como premisa todo lo que hemos venido abordando, ha diseñado un proceso de acompañamiento en creencias limitantes y potenciadoras. Su objetivo principal es llevarnos paso a paso, a través de una serie de ejercicios de toma de conciencia, a confiar en nosotros mismos, trazar nuestro propio camino y tomar nuestras propias decisiones.

¿Qué pasos plantea para ello?
Veamos algunos puntos importantes:
  • Tomar conciencia (lo repetimos porque es un concepto fundamental y prioritario). De hecho, sin este proceso de observación consciente no hay posibilidad de cambio real y duradero.
  • Asumir la responsabilidad sobre los propios pensamientos, sentimientos y actos, para ser el protagonista de una vida plena.
  • Aceptar y perdonar. Pasos necesarios para aprender y liberarnos del pasado.
  • Conectar con nuestro propósito. Con el interior y el exterior, entendiendo que, “como es dentro, es fuera”; lo que resuena con nuestro Ser forma parte del auténtico propósito de vida.
  • Vivir en el presente. Dado que el momento presente es lo único que tenemos. Poner la atención en el aquí y ahora es enfocarse en la vida.
  • Sintonizar con nuestro interior. Porque sólo así puede ocurrir una sanación duradera y auténtica. La solución no está fuera de nosotros. La búsqueda de la sanación está en el interior de cada uno de nosotros.

Nuestro modelo o mapa mental nos ha servido en nuestra vida para llegar hasta donde estamos; aunque para avanzar, para cambiar de rumbo o para redirigir aspectos puntuales, es imprescindible contar con nuevos recursos mentales, nuevas actitudes y nuevos comportamientos.

Carmen, en tal sentido, nos dice: “La posibilidad de cambiar es parte de nuestro poder; tenemos que aligerar la mochila que cargamos de cosas que, aunque hemos hecho nuestras, no lo son y no nos pertenecen”.

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Facilitación Ecosistémica: hacia niveles más integrales y sostenibles.

“Para poder ser sostenibles tenemos que darle al planeta más de lo que utilizamos de él”. Marian Ríos, facilitadora y co-autora del Modelo Koru. 

No obstante, más allá de la necesidad de desarrollar esta conciencia que emerge de las palabras de nuestra especialista, y aunque existe una percepción generalizada de que las cosas no marchan del todo bien en el mundo, pocos hacen mucho por evitar y recuperar el daño a la tierra; muchos otros, en contraposición, no hacen nada (o casi nada). Me refiero a la cantidad de cuestiones que se expanden en el mundo sin control. Hablo de la explotación irracional de los recursos naturales, de la extinción de especies, del deterioro del medio ambiente, del calentamiento global, de la desigualdad, de la pobreza, de la corrupción, de la crisis en la salud, en la alimentación y en un sinfín de etcéteras.

Pero claro, esas son cuestiones “macro” que necesitan de acuerdos y decisiones estratégicas, políticas y económicas mundiales. Sin embargo, las grandes crisis se producen también en pequeñas escalas, a nivel “micro”, en lo cotidiano y en los distintos ámbitos y tampoco existe esa conciencia para decidirnos a resolver las cuestiones. Y en esta línea pregunto…

¿Cómo podemos exigir conciencia ecosistémica a los líderes mundiales si no la tenemos en lo individual, en lo grupal, en lo social y en lo cotidiano?

Necesitamos trabajar en la transformación hacia estados más integrales, trascendentes y sostenibles, que despierten y expandan una conciencia ecosistémica. De nada sirve que nos impongan un cuidado de la naturaleza y del planeta si pensamos que desde nuestro pequeño lugar “da igual” lo que hagamos. Somos parte de un todo más grande que necesitamos cuidar, recuperar y sanar.

A eso se refiere el término ecosistémico. De hecho, eco” proviene de la Ecopsicología; término que Joanna Macy, una de sus creadoras, define como: “La ecopsicología invita a la practica psicoterapéutica a expandir su enfoque mas allá del entorno interno, a explorar y fomenta r un desarrollo comunitario, a entrar en contacto con la tierra y la región y con la identidad ecológica. Nos invita a escuchar a la Tierra hablarnos a través de nuestro dolor y angustia y a oírnos como si estuviéramos escuchando un mensaje del universo”. Lo “sistémico”, ciertamente, supone entendernos como parte de la red de la vida en la que no tenemos jerarquía sobre nada y nada la tiene sobre nosotros.

Por todo ello, es importante desarrollar esta mirada ecosistémica en cualquier proceso de facilitación, independientemente de si estamos trabajando en un proyecto financiero en una empresa para ganar más dinero, o en un proceso escolar para mejorar la convivencia en el aula. Ahora bien…

¿A qué llamamos concretamente “facilitación”? ¿Qué significa ser un facilitador?

Un proceso de facilitación permite gestionar y transformar paradigmas, pensamientos, sentimientos, actitudes, discursos y prácticas en pro de desplegar el conjunto de capacidades y potencialidades en los seres humanos, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, para promover acciones orientadas a mejorar la calidad de vida de las personas, integrándose con la naturaleza. El facilitador es quien, a partir de su trabajo de autoconocimiento, se convierte en la herramienta por excelencia que puede facilitar los procesos de cambio y transformación en individuos, grupos y colectivos.

Dicho de otra forma, el ejercicio de facilitar experiencias de transformación es el elemento común de ayudar a individuos y grupos a reconectarse consigo mismos, con los otros y con el universo; transformándose -como decíamos párrafos antes-, hacia niveles más integrales, trascendentes y sostenibles. Gandhi decía: “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”. Y en tal sentido, me surge una inquietud, ¿somos capaces de imaginar la riqueza que supondría desarrollar esta conciencia ecosistémica desde pequeños?

El principal objetivo es que los participantes experimenten -en primera persona- las distintas vivencias y experiencias de transformación, para luego diseñar y facilitar las suyas propias y aplicarlas en el entorno que así lo requiera.

Todas esas vivencias están sostenidas en el Modelo de la espiral de la transformación Koru apuntan, como hemos visto en un artículo anterior, a que las personas se involucren y que sean parte de las experiencias transformadoras desde todos sus dominios individuales: unidad, sentidos, mente, cuerpo, emoción; y colectivos: social y ecológico.

Dicho esto, queda claro que no estamos frente un modelo rígido, estático e estructurado. De hecho, nada más lejos. Aprender a facilitar supone la gran libertad para crear experiencias transformadoras que respondan a las necesidades puntuales del profesional.

Es decir, tanto un coach, como un psicoterapeuta, un educador o un líder de gestión empresarial, aprenden a diseñar sus talleres, sus intervenciones o sus terapias, incorporando libre, creativa e integralmente, las pautas necesarias para llevar a las personas por un camino de verdadera transformación.

La manera de movernos describe cómo somos, pensamos y actuamos.

Cambia tu cabeza, moviendo tu cuerpo.

«Movimiento, sensación, emoción y pensamiento son aspectos de una misma constelación. Cuando uno de ellos se mueve, se mueven también los demás. Si cambias la manera de moverte, cambias la manera de pensar.» Moshé Feldenkrais.

A esta altura, no caben dudas acerca de que todo está conectado en nosotros y que el cambio en uno de los aspectos afecta a todos los demás. No obstante, muchas personas siguen lógicas cerradas. Entienden que la única manera de cambiar sus pensamientos es centrándose en ellos; que la única forma de gestionar un estado de ánimo es desde la misma emocionalidad, y que una molestia corporal sólo se puede mejorar desde el cuerpo. Muchas veces la obviedad no es sinónimo de efectividad.

A propósito de cómo todo está conectado, una de las investigadoras que más aportaciones y estudios científicos ha realizado sobre el comportamiento no verbal, Amy Cuddy, se interesó en estudiar: 

Cómo el lenguaje del cuerpo influye en cómo nos ven los demás y en cómo nos vemos a nosotros mismos (autoimagen).

Ella muestra que sus llamadas «posturas de poder» -posturas y gestos abiertos y expansivos- pueden transformar nuestras emociones, pensamientos, nuestra fisiología, e incluso, pueden mejorar nuestras probabilidades de éxito.

Todo esto es un pequeño ejemplo de lógica abierta que muestra un poco de lo que estamos hablando; eso de que todo tiene que ver con todo y de cómo muchas veces, “lo obvio”, no es ni la única ni la más efectiva alternativa. El Método Feldenkrais® es una prueba de ello. Para este método, el cuerpo es la herramienta fundamental que facilita llevar adelante cambios sustanciales y profundos en el proceso evolutivo. Ahora bien, ¿de qué cambios estamos hablando? ¿Qué es lo que perdemos en esa evolución y deberíamos recuperar y/o cambiar? Veamos un poco qué nos sucede con el paso del tiempo.

Cuando somos niños nos descubrimos y descubrimos nuestras posibilidades funcionales o patrones de acción por ensayo y error y sin exigencias por los resultados, lo que permite refinar los patrones en base a la propia experiencia; a esto se lo llama aprendizaje orgánico. Esos patrones aprendidos se organizan en base a la experiencia temprana de los reflejos, las reacciones de enderezamiento y las respuestas de equilibrio que son parte de la memoria genética del ser humano, independientemente de su raza, condición social, sexo y otros condicionantes.

No obstante, con el tiempo y tal vez sin darnos cuenta, todos vamos perdiendo esa capacidad de aprendizaje, pues nuestra autoimagen se va distorsionando por distintas influencias culturales, por el entorno, por miedos, hábitos, etc. Dicho de otra forma, ya no exploramos con tanta libertad, estamos más condicionados y menos curiosos. El Método Feldenkrais® nos invita a recuperar esa conexión con “nuestro niño interior” y a redescubrir ese aprendizaje orgánico. Nos propone volver a explorar y aprender -mediante el movimiento- nuevos patrones de acción y a descubrir cómo hacer más eficientes los que ya existen.

Todo este proceso es posible gracias a la plasticidad del sistema nervioso y su modo y posibilidades de aprendizaje en base a la experiencia personal.

Diversas investigaciones han demostrado que el cerebro tiene la capacidad de desarrollar a lo largo de la vida nuevas conexiones neuronales, eliminar otras y cambiar o modular la intensidad de las que ya existen. Y es importante saber que todos nuestros pensamientos, patrones emocionales y creencias no son otra cosa que conexiones neuronales que se han ido conformando con el paso del tiempo; que se desempeñan en conjunto para realizar cada actividad y que se van reforzando a medida que repetimos una acción, hasta convertirlas en hábitos y/o rutinas.

Y en ese sentido, el movimiento es la principal (y visible) expresión del sistema nervioso. Por ello, cambiando, optimizando nuestros patrones, aprendiendo a refinar nuestra gestualidad y nuestro lenguaje no verbal -como bien señalaba Amy Cuddy- podemos mejorar significativamente nuestras vidas.

No olvidemos que la manera de movernos describe cómo somos, cómo pensamos, cómo actuamos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea.

A propósito de todo ello, vuelvo con un ejemplo que a todos podría resultarnos familiar. Si observamos a alguien caminando lento y cabizbajo como si llevara una mochila de 5 kilos a cuesta, ¿le creeríamos si nos responde que es el mejor día de su vida? Claro que no.

En ese caminar, en esa acción que hace ese alguien, intervienen: movimiento, sensación, emoción y pensamiento; y, por supuesto, cómo todos ellos se relacionan entre sí. Ahora bien, si cada uno de nosotros se viera identificado con el colega de la mochila, y sabiendo que es posible cambiar esos patrones de movimiento y, que a su vez, al cambiar esos patrones cambiaría nuestra forma de estar en el mundo, nuestra forma de pensar y de relacionarnos, ¿por qué no intentarlo?

Jaime Polanco, fisioterapeuta y profesor del Método Feldenkrais®, nos invita a tomar conciencia sobre cómo nos movemos para ser capaces de descubrir por nuestros propios medios la mejor manera de llevar a cabo una acción, teniendo como referencia nuestras propias sensaciones. Nos enseña cómo aprender, cambiar, renovar u optimizar nuestros movimientos, para cambiar también nuestra forma de pensar, para aumentar nuestra percepción, nuestra creatividad y nuestra atención.

Método Feldenkrais®. Aprende a promover tus estados de bienestar.

Lo que pasa en el trabajo se queda en el trabajo. Lo que pasa en casa se queda en casa. Lo que pasa entre dos amigos no tiene por qué afectar al grupo. Lo qua pasa en París se queda en París; y así, un sinfín de etcéteras…

Ahora bien, ¿qué nos dice la experiencia? Que poner límites -incluso en lo de París- es muy difícil porque al final, triste o felizmente, todo tiene que ver con todo y lo que pasa en un ámbito de nuestra vida, suele afectar al resto. Aunque claro, el problema es que según diversas investigaciones, los estímulos negativos producen más actividad neuronal que los estímulos positivos y prestamos más atención a los primeros que a los segundos. A propósito de ello, Rick Hanson, autor de libros como Cultiva la felicidad y El cerebro de Buda, afirmaba: “Nuestro cerebro es como el velcro para las experiencias negativas y como el teflón para las experiencias positivas”.  

¿Una prueba de ello? Por ejemplo, hacemos una presentación de un proyecto frente todos los directivos de la empresa. Todos nos aplauden, reconocen nuestra idea y capacidad creativa; todos, salvo uno, que cree que la idea no es original y además estuvo mal presentada. ¿Crees que nos quedaremos con el aplauso de veinte o con la crítica negativa del único de la sala? Efectivamente, con lo segundo. Y me permito repetirme en eso de que todo tiene que ver con todo, pues al igual que quedarnos anclados en ese tipo de pensamientos puede acarrearnos tensiones físicas indeseadas y contracturas; también ocurre al revés.

Una contractura o una molestia física, cualquiera sea su origen, favorecen el mal humor y/o promueven pensamientos negativos.

Ahora bien, ¿por qué es tan importante tener este dato en consideración? Veamos. Con suerte, cada uno de nosotros pasa al menos ocho horas trabajando cada día. Si lo pasamos mal, por lo que sea, la angustia, los nervios y la predisposición negativa nos pasarán factura; primero en el cuerpo: dolores de cabeza, tensiones musculares, malestar general, dolor cervical, articular, etc., que no hacen más que intensificar la experiencia negativa y prolongarla en el tiempo y en los espacios, incluso hasta volverla crónica.

Al final, nos quedamos tan conectados física y mentalmente en esos episodios negativos que no podemos disfrutar de la conexión con la familia o de los momentos de desconexión que necesitamos para reponer energía y vitalidad. Lo cierto es que no podemos cambiar la realidad laboral inmediatamente; pero sí está en nuestras manos optimizar nuestro tiempo allí dentro, para optimizar también nuestro tiempo fuera de allí y para disfrutar al máximo de lo que nos hace bien.

Por ejemplo, podemos cambiar la manera de movernos, para cambiar la manera de pensar; así lo afirma Jaime Polanco, nuestro referente profesional en el Método Feldenkrais®. Y agrega“ todos podemos descubrirlo siendo observadores de nosotros mismos”.

Nuestro día a día tiende a automatizar nuestros movimientos y acciones, restando eficiencia y espontaneidad a lo que hacemos.

La repetición hace que determinada acción se convierta en un hábito y cuando esto ocurre, dejamos de prestarle atención -de ser conscientes- y ya no intentamos mejorarlo. Sin embargo, mucho más allá de la postura o los movimientos disfuncionales, consecuencia de la adaptación al espacio físico, existen posturas y movimientos que ejecutamos mientras hablamos con una u otra persona, mientras exponemos, mientras discutimos, etc.

Tomar conciencia de esos movimientos, implica observar las relaciones que se establecen entre las distintas partes del cuerpo y las sensaciones que experimentamos. ¿Alguna vez nos observamos cómo nos posicionamos en una discusión? ¿Qué sentimos, cómo respiramos, cómo ponemos el cuerpo y/o cómo gesticulamos? Muy probablemente, en lo único que nos centramos es en la sensación que nos queda; bronca, ira y agotamiento, que inmediatamente se traducen en tensión, contractura y/o o molestias diversas.

Ahora bien, ¿si pudiéramos estar un paso adelante? ¿Si supiéramos cómo aprovechar nuestros recursos para elegir la manera más adecuada para realizar esa (y cualquier) acción? ¿Si conociéramos cuáles son las posturas y movimientos que empoderan nuestro discurso?

El Método Feldenkrais® nos invita a dirigir la intención hacia lo que sucede mientras nos movemos. Sólo de esa auto-observación podemos aprender sobre nosotros mismos a través de la experiencia y desarrollar lo que este método llama autoconciencia a través del movimiento.

Esta toma de conciencia, nos permite cambiar, renovar y optimizar nuestros movimientos. Nos ayuda a eliminar movimientos disfuncionales y, por ende, también pensamientos recurrentes negativos e indeseados.

En cierta forma, considera al cuerpo como vehículo para liberarnos de los “ruidos mentales” y permitirnos estar presentes y disfrutar del momento que transcurre.

El creador de este método, Moshé Feldenkrais, decía respecto a lo que hemos venido abordando: «Nosotros mismos hemos elegido nuestros hábitos en el pasado así que somos capaces de seleccionar nuestros hábitos de nuevo”.

Cuando tu karma quiere enseñarte algo.

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Cuando tu karma
quiere enseñarte algo.

Creemos que nuestras penalidades son producto del destino o del karma, hilos ocultos que no podemos controlar y exceden nuestra capacidad de superación o anticipación. Damos por hecho que es algo que nos arrastra inexorablemente, independientemente de lo que hagamos o digamos, porque a nuestro alrededor observamos la misma queja y el mismo patrón de victimismo y resignación.

Es común oír decir que “mal de muchos, consuelo de tontos” y vivimos con la esperanza de que la mala racha sobrevuele otras almas y se aparte de nosotros, como un pájaro de mal agüero.

Sin embargo, estamos obviando lo fundamental:

El karma no es una maldición sin sentido que nos lleva por un calvario interminable, sino una rueda de experiencias que nos muestra por dónde estamos pisando y qué estamos desatendiendo de todo aquello que vinimos a aprender cuando encarnamos.

No requiere una mirada al exterior, buscando culpables o distracción, sino un trabajo interior de búsqueda personal, que se corresponda con lo que sentimos de manera genuina. Recuerda que quien mejor te conoce eres tú mismo. No hay nadie más experto que tú para saber lo que le sucede a tu corazón y a tu mente (si viven en consonancia o en discordia). Nadie más puede alcanzar a ver dónde te traicionaste a ti mismo, en qué relación dejaste de ser tú o cuándo perdiste el fuego de la ilusión y del coraje por vivir tu propia vida.

A veces, he mirado con detenimiento entre las fotos antiguas, en el rostro de personas muy queridas, cuándo pudo haber ocurrido ese punto de inflexión que hizo que sus caras se revistieran de una mueca artificial, una sonrisa forzada, una mirada vacía o una tensión excesiva. Me he preguntado por aquel resorte que se rompió, desdibujando sus rasgos limpios y tiernos, distendidos y francos, como en otro tiempo fueron.

En otras ocasiones, por el contrario, he observado en rostros desconocidos de personas ancianas, que han comprendido sus lecciones de vida, cómo conservan en su mirada y sus rasgos una bondad insondable, de enorme paz interior, latente en sus arrugas y ojos impenetrables.

Ante ese abanico de miradas tan diferentes, me he preguntado si tuvieron a lo largo de sus vidas la misma (mala) suerte, si padecieron grandes contratiempos o desgracias y dónde estuvo la diferencia.

La diferencia, según mi observación y experiencia, radica en la actitud o perspectiva desde la que cada uno ha afrontado su destino, sus lecciones kármicas de vida, aquello que está pendiente de ser reconocido o perdonado. Mi mala o buena suerte son expresiones de lo que yo interpreto y creo, porque lo que creo crea mi mundo.

Lo que acepto y atravieso con humildad y sin excusas, como algo propio que me corresponde a mí mirar de frente y asumir como mi siguiente paso de vida, me hace crecer y ser libre.

Por todo ello, te invito a observar tú también, como una experiencia diaria, la liberación que se siente al hacer lo que te corresponde de acuerdo con tu misión álmica y tareas pendientes, aún cuando te provoque zozobra y te mueva un poco de la zona de confort. Te aseguro que dejarás de ver los acontecimientos de tu vida como un espectador pasivo y sin poder de decisión, porque tu mente y tu corazón se verán reflejados uno en el otro, sintonizando con la vida que eres tú.

Vivimos en tiempos de grandes cambios, nadie lo niega, y no sólo en el mundo que percibimos con los 5 sentidos. También somos almas que hemos querido encarnar en esta época para experimentar las nuevas vibraciones que se están intensificando. No estamos aquí por casualidad, sino como parte de este cambio que hemos querido vivir. Podemos mirar hacia otro lado y seguir en nuestra cómoda ceguera o, como almas conectadas con su propósito de vida, seguir las señales que nos indican los pasos a dar.

Te invito a hacer un ejercicio de autenticidad: fíjate en tu rostro al acostarte y levantarte, sin maquillaje ni testigos, e intenta reconocerte en él, desde la infancia hasta la edad que tengas, y observa sin censurar ni bloquear nada de lo que te llegue.

Te dará respuesta a cuestiones que andabas buscando fuera y puede que también se te presenten nuevas preguntas. Sea lo que sea lo que recibas, viene de ti y es para ti, un regalo de tu alma. Es una vía para reconocer tus lecciones kármicas aprendidas y otras que faltan por aceptar.

Sé honesto con lo que ves y no dejes que ninguna herida sea para ti un abismo, sino un puente a la libertad. Namasté.

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¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cuál es mi karma?

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Reconoce tu karma,
comprende y perdona.

Registros Akáshicos.

¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Cómo hago para transformar mi vacío en plenitud? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cuál es mi karma? ¿Por qué se repiten siempre algunos patrones en mis relaciones? ¿Por qué me siento tan insatisfecho con casi todo lo que hago?

Estos interrogantes forman parte del universo de posibles preguntas que pueden formularse durante una sesión de Registros Akáshicos. Como hemos visto en artículos anteriores, los Registros guardan la memoria de nuestras vidas, donde se registran todos los pensamientos, actos, sentimientos y emociones que experimentamos. Es un gran archivo que registra toda nuestra evolución álmica y contiene la historia de cada uno de nosotros en las sucesivas encarnaciones. 

Acceder a toda esa información nos permite reconocer, entre otras muchas cosas, cuál es nuestro karma. Pero, ¿qué es el karma? Estamos acostumbrados a interpretarlo desde la sabia ironía del humor; por ejemplo, alguien empuja a otro a la piscina e, inmediatamente después, da un traspiés y cae también; o alguien manifiesta la sola intención de empujar a otro y, no sólo no logra su objetivo, sino que tropieza absurdamente.

El karma obedece a la ley causa – efecto y no se crea únicamente a través de actos, sino también de palabra y pensamiento. Sin embargo, no se trata de algo tan simple como “causa y efecto inmediato”; el karma es energía transcendente. Para entenderlo un poco más, haremos una diferenciación entre:

1. El karma que podemos crear en esta encarnación.

Es el que creamos a través de nuestras acciones, sentimientos, palabras y pensamientos y vuelve hacia nosotros como respuesta de efecto similar. Es bien conocido el refrán “quien siembra vientos, recoge tempestades”.

2. El karma que arrastramos de vidas anteriores.

Vivimos situaciones que se repiten y no comprendemos, producto de otras vidas, de las que falta algo por aprender y equilibrar o compensar, y nos está afectando e incidiendo en nuestra vida actual. De hecho, hasta que esa descompensación con respecto a alguien o algo no se equilibre, nuestra tarea seguirá pendiente. Hasta que aprendamos a reconocerlo, lo sanemos y tomemos conciencia, nos encontraremos en la rueda kármica. Ciertamente, la vida es tan buena maestra que, si no aprendemos la lección, la lección se repetirá.

Por poner un ejemplo: ¿te resulta familiar aquella amiga que se entrega cien por cien en sus relaciones y termina siendo engañada repetidamente (y además de una manera cruel)? Si ella es buena, leal, fiel, comprensiva… ¿por qué todos terminan engañándola? ¿cómo nadie la valora?

Este tipo de karma es el que generalmente nos desorienta, pues no hay explicaciones racionales que justifiquen que esos patrones se repitan en la vida. Para nuestra mente racional, resulta injusto e incomprensible. Desde el lado espiritual, sin embargo, quizá su tarea pendiente se relaciona con poner límites a los demás, respetar sus propias decisiones o asumir el protagonismo de su vida. La Ley del Karma busca equilibrar cualquier descompensación álmica y nos conecta, por tanto, con vidas pasadas.

3. El karma que pasa de generación en generación.

Es el karma que heredamos de nuestros ancestros, es decir, padres, abuelos, bisabuelos, etc… y que se va perpetuando a través del grupo familiar. Todos hemos llegado a una familia compuesta por almas con las que tenemos un pacto que elegimos antes de nacer. No es una casualidad los padres que tenemos, el lugar en que nacemos, o la relación familiar que vivimos. No hay casualidades, sino causalidades. En este círculo de almas, hay cuestiones que comprender, liberar, perdonar y sanar. Solo con el perdón llega la sanación. 

Antes de nacer, nuestra alma elige con quienes encontrarse nuevamente para reparar todo aquello que haga falta reparar. Hay nudos kármicos por desatar, por así decir. Y cuando un integrante de ese círculo álmico “limpia” su karma, perdonando y aceptando lo vivido, ayuda y permite a los otros a liberar el suyo propio. Se compensa y sana lo que había pendiente. Por parte del que hace su trabajo kármico, el equilibrio está restablecido y reparado, independientemente de lo que los demás hagan. Por su parte, no deja “lastre” en sus descendientes.

En pocas palabras, el karma es una ley universal que busca el equilibrio y sanación álmica.

No busca el castigo, como muchos entienden. Por el contrario, su finalidad es darnos las oportunidades necesarias para que el alma pueda evolucionar y vivir en el amor incondicional, el perdón y la armonía. El karma es un despertar de la conciencia, que nos mueve a mirarnos sin engaños, con profundidad, para recoger el aprendizaje que nos lleva a realizar nuestro plan de vida.

Por tanto, es muy importante comprender que todo ocurre por una razón y que detrás de ello siempre hay un aprendizaje. Cuando por fin nos abrimos a esta lección de vida, entendemos el porqué de nuestros problemas y somos capaces de ver su sentido desde la comprensión y el amor. Recogemos el gran regalo que estaba oculto.

Es desde este posicionamiento desde el que también comprendemos a los demás y aprendemos a no juzgarles, porque reconocemos que cada cual está dando sus pasos a su ritmo y según su libre albedrío.

Como decía Wayne Dyer: “Como te trate la gente es su karma; como reacciones tú, es el tuyo”.

Es fascinante y tranquilizador comprobar que los seres humanos tenemos a nuestra disposición los recursos para sanarnos, equilibrarnos, inundarnos de paz y gozo interior, avanzar ilimitadamente, vivir con sabiduría, solucionar nuestros conflictos, aliviar nuestros miedos, prosperar y ser felices.

Todos estos recursos se activan con la lectura de Registros Akáshicos, que opera sobre el alma de nuestro ser, dispensándonos de una intensa y profunda liberación y desbloqueo, sanando nuestras heridas del pasado y dándonos la posibilidad de encontrar el verdadero sentido de nuestra vida, aportándonos alegría y paz.

Las lecturas de Registros Akáshicos nos ofrecen la oportunidad de no seguir generando más karma, para bien nuestro y de todos los involucrados.

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