Pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas.

El recientemente fallecido sociólogo polaco Zygmunt Bauman, creador del concepto de la modernidad líquida, nos ha dejado grandes conceptos y uno de ellos supone un estupendo punto de partida para este artículo:

“El viejo límite sagrado entre el horario laboral y el tiempo personal ha desaparecido. Estamos permanentemente disponibles, siempre en el puesto de trabajo”.

Hemos llegado a un punto en el que pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas y eso tiene efectos nocivos en todos los aspectos de nuestras vidas. Algunos los notamos inmediatamente, pero la velocidad con la que suceden las cosas hace que nos acomodemos a ello -como sea- y sigamos adelante. Efectivamente, la sociedad actual se caracteriza por la aceleración, la inmediatez, la dispersión y la multitarea. En consecuencia, nos hemos vuelto personas estresadas, ansiosas, dispersas, con prioridades confusas, y con relaciones fugaces y livianas. Incluso la relación con nosotros mismos se ha vuelto esporádica y ha perdido profundidad, producto del abuso en vez del buen uso de las tecnologías.

No obstante, en medio de esa aceleración, continuamos lidiando con todo. Adaptándonos a la realidad, trabajando cada vez más horas, restringiendo cada vez más los espacios personales, anestesiando las molestias con un químico, respondiendo a todos y a todas y estando siempre disponibles. Decir que “no” casi ha dejado de ser una opción. La hiperconexión, esa trampa en la que la mayoría de nosotros hemos caído, nos exige estar disponibles por todos los medios 24×7. ¿Lo paradójico de todo esto? En cierta forma, la tecnología no nos permite estar ausentes, pero tampoco nos permite estar presentes.

Todos sabemos que el crecimiento de la tecnología ha sido exponencial y nos ha simplificado la vida en muchos aspectos. Por ejemplo, nos permite trabajar desde lugares remotos, consultar información, datos y noticias en tiempo real y un sinfín de etcéteras. Pero, como había dicho párrafos antes, hemos caído en sus trampas. Efectivamente, esa omnipresencia tecnológica ha invadido -sin mucha gradualidad-, todos nuestros espacios: la oficina, la cena con la familia, con amigos, los viajes en coche, etc.

No podemos ignorar que todo esto ha deteriorado nuestra capacidad de atención, de diálogo y de escucha y, físicamente hablando, nos ha multiplicado las contracturas, las molestias y las tensiones musculares.

En este sentido, una nota publicada en el suplemento de salud del diario El Mundo en Abril de este año, señala al Text Neck como la epidemia que sufrirá todo el mundo por el uso excesivo del móvil. Definido por el quiropráctico Dean L. Fishman, este trastorno supone un cuadro de síntomas músculo-esqueléticos detectados tras el uso prolongado de dispositivos móviles que fuerzan a la columna cervical a adoptar una postura patomecánica o lesiva. Lo curioso (o no tanto) es que según el último informe de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), cada persona pasa de media 33 horas semanales con sus ojos pegados a la pantalla de sus dispositivos móviles inteligentes, superando diariamente las 150 interacciones.

Ahora bien, tanta conexión, tanta ausencia, tanta presencia, tanta atención y desatención, ¿cómo lo gestionamos para que no se convierta en una pesadilla?

Srikumar Rao, señala en su libro Happiness at work: “El mayor obstáculo para tu felicidad es tu creencia de que eres prisionero de las circunstancias”. Dicho de otra forma, está claro que no podemos hacer nada para cambiar esa realidad (ni ninguna otra), aunque sí podemos intervenir en nuestra forma de reaccionar y relacionarnos con ella. Es en este sentido que nuestra especialista, María de Marcos, nos propone hacernos cargo y recuperar la magia del instante, del momento presente, del mientras tanto. De conectarnos más con nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con nuestras emociones y con lo que nos rodea.

Tomar conciencia del impacto que las nuevas tecnologías tienen sobre nuestra salud corporal, mental, emocional, social y profesional, supone un primer paso para aprender a gestionar todo ello de manera concreta.

Esa el la propuesta de María, que nos invita a ser observadores de nuestros patrones corporales y mentales. Seguidamente, nos enseña a desarrollar hábitos saludables y sostenibles en el tiempo, y a incorporar en nuestro trabajo y cotidianeidad técnicas de re-educación psico-física.

Es necesario comprender que tenemos la capacidad de aprender a autogestionarnos para sentirnos bien. A diferencia de nuestros dispositivos electrónicos, cuando llegamos al final del día al mínimo de energía no podemos conectarnos a nada para recuperarla. Somos nosotros los que tenemos que aprender a administrar y recuperar nuestra energía para no acabar agotados y arrancar cada día con lo mínimo indispensable. Necesitamos dejar de estar sin estar y aprender a sumar calidad y presencia a cada momento que transcurre en medio de esta modernidad líquida.

Este curso nos permitirá, entre otras cosas:

  • Conectar con las necesidades del momento presente, incorporando un método para atenderlas con el menor esfuerzo físico y mental.
  • Gestionar las situaciones mientras ocurren. Reacción (automática) vs. Decisión (consciente).
  • Desarrollar una relación respetuosa y auténtica con uno mismo.
  • Aprender a generar respuestas creativas para hacer frente a las dificultades. Responsabilidad.

Vive con menos tensión. Maneja los ritmos. Optimiza el esfuerzo.

El bienestar laboral como responsabilidad social corporativa.

Muchas organizaciones (no todas) ven la responsabilidad social corporativa como una estupenda estrategia de marketing de cara al exterior. De esta forma, cuando la intención resulta ser una mera fachada, es factible dudar acerca de la existencia de un compromiso sincero con la sociedad.

De acuerdo con la descripción que hace el Consejo Mundial de Empresas por el Desarrollo Sostenible: “la RSC es el compromiso que adquiere una empresa para contribuir al desarrollo económico sostenible por medio de la colaboración con sus empleados, sus familias, la comunidad local y la sociedad, con el objeto de mejorar la calidad de vida”. Por lo tanto, ese enfoque centrado únicamente en dar una buena imagen hacia el exterior es, cuanto menos, desacertado. La RSC, por su propia definición, afecta de igual manera a los empleados, que a los clientes y/o a los proveedores, pues todos ellos son miembros de la sociedad.

Dicho de otra forma, debería ser una política transversal a todas las actividades e instancias que intervienen en una compañía. Efectivamente, al mejorar el bienestar laboral de las personas dentro de los límites de la empresa, estaremos permitiéndoles conciliar de forma más saludable su vida personal y profesional. Por supuesto, y como hemos visto en un artículo anterior, las acciones de bienestar también tienen un alto impacto positivo en los resultados de la empresa. ¿Cuáles? Entre otros, aumentan el sentido de la pertenencia, el compromiso, el rendimiento y la motivación; a su vez, reducen el absentismo y las bajas laborales.

De alguna forma, trabajar sólo en lo postural, sólo en lo mental o sólo en lo emocional es, en principio, un tanto incongruente y desacertado. Quiero decir, la multitarea, la sobredosis de estímulos y las extensas jornadas dentro de una organización requieren de una correcta administración de energía por parte de las personas. Si esa administración es inadecuada, entonces surgen los efectos físicos del agotamiento: molestias musculares y/o trastornos músculo-esqueléticos. Dos de las causas que originan un importante número de bajas laborales.

¿Las consecuencias de ese agotamiento son sólo físicas?

Por supuesto que no. Incluso mucho antes de que la molestia pase a una fase superior, las personas experimentarán un mal humor particular, dificultad para concentrarse, para prestar atención, para relacionarse con el resto de sus compañeros y para tomar decisiones con claridad. ¿Por qué? Porque sus necesidades no están siendo atendidas y toda la atención se la lleva la molestia. ¿La solución rápida? ¿El fármaco que todo lo puede? Una, dos, tres veces, pero ¿de verdad queremos depender de él cada día?

Así como el dolor afecta todas las dimensiones de las personas, sucede lo mismo con los estados emocionales y mentales. Hay un claro ejemplo que lo representa, que es el miedo a hablar en público, aunque no necesariamente nos referimos a una ponencia frente a un auditorio. Hablar en público abarca diversas situaciones: exponer una idea y/o sugerencia en una reunión, presentar un producto a un cliente, comunicar al equipo el detalle de un nuevo proyecto, entre otras.

En cualquier caso, las personas que se sienten invadidas por este miedo particular, sea la situación que sea, también experimentan sensaciones en el cuerpo y en la mente. Por un lado, pueden sentir sudoración, temblor en la voz, y un estado de tensión muscular permanente; por otro, pueden quedarse en blanco, mezclar el orden de la exposición y/o tener exabruptos involuntarios e inoportunos. ¿No sería fantástico aprender a interpretar el lenguaje de nuestro cuerpo y a gestionar desde él ese estado indeseado?

Al final, todo tiene que ver con todo. Esta es la concepción del trabajo de María de Marcos en las distintas intervenciones que lleva adelante en las empresas. Desde este enfoque integral, enseña a las personas a observar, comprender y optimizar la calidad de sus movimientos y a entender el uso que cada uno hace de su cuerpo. 

¿Por qué la Técnica Alexander y el Coaching Ontológico son un estupendo complemento?
  • Porque ambas son herramientas prácticas.
  • Porque la Técnica Alexander enseña a conocer y cambiar los mecanismos internos en el cuerpo y en la acción.
  • Porque el Coaching Ontológico cuestiona y afianza los aprendizajes con la palabra.
  • Porque juntas aportan presencia, dirección y gestión de los recursos propios.
  • Porque comparten una base común de escucha y responsabilidad.
  • Porque confrontan con lo que hay sin interpretaciones.
  • Porque generan situaciones muy creativas en las que la persona se reconoce libre, digna y capaz de crear y celebrar la vida.

Y porque ser humano, es vivir en todas esas dimensiones simultáneamente.

Por todo lo que hemos venido mencionado, promover el bienestar laboral en las empresas está muy bien visto por clientes internos y externos. Además, su conveniente coste, es indirectamente proporcional a los altos beneficios que se obtienen de este aprendizaje. Quiero decir, la intervención de nuestra profesional tiene como objetivo enseñar esta técnica a las personas para que puedan autogestionarse, definiendo cada uno su mejor forma de estar en coherencia consigo mismo y con el resto de las personas que conforman un equipo de trabajo.

Como empresa, el hecho de tomar acción con el factor humano interno tiene múltiples beneficios, entre ellos:
  • Reducir el esfuerzo y aumentar el foco y la energía disponible.
  • Transmitir valores positivos a los clientes vigentes y potenciales.
  • Atraer y retener el talento.
  • Conseguir un mayor rendimiento, claridad, creatividad y motivación de sus trabajadores.
  • Mejorar la comunicación de las personas interior y exteriormente (con los clientes).

Para concluir, dejo aquí las sabias palabras de Jack Welch, el famoso empresario y escritor norteamericano: “La responsabilidad social empieza en una compañía competitiva y fuerte. Sólo una empresa en buen estado puede mejorar y enriquecer la vida de las personas y sus comunidades”.

La empresa saludable entiende el bienestar como inversión.

En cierta forma, ya lo decía Richard Branson, el mundialmente reconocido empresario inglés: “Los clientes no son lo primero, lo primero son los empleados; si cuidas a tus empleados, ellos cuidarán de tus clientes”. Esta afirmación pone de manifiesto la importancia de considerar el bienestar laboral como una inversión en beneficio de todas las partes.

No obstante, aunque hay muchas empresas que han tomado diferentes medidas al respecto, otras siguen dejando estas intervenciones como asignaturas pendientes porque lo entienden como un coste añadido. En consecuencia, y paradójicamente, son las que tienen que hacer frente a altísimos costes para gestionar todos los daños colaterales que la falta de bienestar en el trabajo y, puntualmente los trastornos musculo-esqueléticos, trae aparejados y que mencionan numerosas estadísticas: absentismo y bajas laborales, disminución notable del rendimiento, motivación y compromiso de los trabajadores. Todo ello, sin contar la mala reputación empresarial que esa desatención supone.

Es un buen ejemplo para mencionar aquel dicho popular que señala que el remedio es peor que la enfermedad: la empresa que “ahorra” en acciones de bienestar y acaba gastando el doble (o más) para solventar las consecuencias del “ahorro” inicial. Y acto seguido, va otro ejemplo que podremos ver más familiar. Si nos ponemos a pensar por un momento, a todos, cuando tenemos o padecemos alguna molestia y/o dolor, nos resulta casi imposible concentrar la atención en otra cosa, pensar con claridad y/o motivarnos para hacer más y mejor. Lo cierto es que al no saber cómo gestionar ese malestar, terminamos apelando a la solución casi universal y poco feliz del calmante que “anestesia”, por un rato, aquello que no solucionamos de raíz.

Frente a esta situación recurrente de soluciones que no solucionan y que ocurren tanto a nivel macro (empresa) como micro (las personas), entra en juego la decisión crucial de las organizaciones para intervenir, por medio de acciones serias y de probada efectividad, en el bienestar de sus trabajadores. Acciones que apuntan a cuidarlos, a darles recursos y herramientas para que aprendan cómo mejorar su salud.

En este sentido, la Técnica Alexander se aplica como una solución integral para las personas dentro y fuera de la empresa porque les enseña a gestionar cuestiones íntimamente ligadas al aprovechamiento de la energía vital. Además, cuenta con probado éxito en la prevención de riesgos laborales por trastornos músculo-esqueléticos, ofreciendo excelentes resultados para los trabajadores en su salud postural, en la adquisición de nuevos hábitos saludables, en el autoconocimiento y en el desarrollo profesional.

Se trata de un proceso de reeducación corporal e integral que nos enseña, a partir de una auto-observación de nuestro cuerpo en acción, a regular el esfuerzo, mantener el foco y regenerar la energía.

Efectivamente, cuando cada uno comienza a darse cuenta de sus malos hábitos posturales, puede cambiarlos, eliminarlos y/o encontrar opciones nuevas, más óptimas y más funcionales. Así nos lo afirma nuestra especialista María de Marcos, que integra la Técnica Alexander y el Coaching Ontológico para trabajar en todas las dimensiones: corporal, mental y emocional.

Desde ese enfoque, trabaja cada día para enseñar a las personas a observar, comprender y optimizar la calidad de sus movimientos y entender el uso que cada uno hace de su cuerpo. Además, nos explica que esta técnica nos da herramientas y nos permite autonomía para que cada uno sea capaz de aplicarlas en su día a día, en cualquier ámbito y en todas las acciones; desde las más simples a las más complejas.

Veamos los beneficios que obtienen ambas partes:

Trabajadores:
  • Incorporar y sostener hábitos saludables, a partir de comprender cómo funciona su cuerpo y cómo hacer para que funcione con menos esfuerzo.
  • Incrementar la vitalidad y la energía.
  • Aprender a aplicar los principios del movimiento consciente en la cotidianeidad (estar de pie, sentado, caminar, trabajar con un ordenador o cargar pesos).
  • Entender cómo impactan las emociones y pensamientos sobre su cuerpo.
Empresas:
  • Disminuir bajas laborales.
  • Reducir el absentismo.
  • Obtener mayor vitalidad, rendimiento y compromiso de los trabajadores.
  • Conseguir que todos logren una mejora sustancial en su comunicación no verbal (cuestión vital en términos de negociación).
  • Mejorar notable y visiblemente la responsabilidad empresarial de cara al cliente interno y externo.

Hemos mencionado, entre uno de los beneficios, la mejora de la comunicación no verbal de los empleados en ámbitos de negociación. A propósito de ello, el creador de la técnica, Frederick M. Alexander señalaba que al ser el cuerpo y la mente una unidad indivisible, lo que impacte a la mente se reflejará en el cuerpo y viceversa. Si bien no es tan complejo imaginarnos cómo un estado de ánimo influye en nuestra postura corporal, nos cuesta imaginarlo al revés. Para representarlo, nada mejor que citar a nuestro sabio y queridísimo Charlie Brown:

Es curioso, pero casi nunca pensamos en cambiar la postura para cambiar el estado de ánimo. O, por lo menos, no lo hacíamos hasta que Amy Cuddy, una de las investigadoras de renombre internacional que más aportaciones y estudios científicos ha realizado en pos de la credibilidad del comportamiento no verbal, se interesó en estudiar la expresión no verbal del poder: gestos dominantes, abiertos, expansivos, etc., y su influencia en las emociones, sentimientos y fisiología de los demás y de nosotros mismos.

Cuddy y su equipo demostraron que el lenguaje no verbal influye sobre nosotros mismos. A su vez, afirman que nos recuperaremos realmente si “engañamos” a nuestras emociones negativas con una postura corporal amplia, abierta, expansiva y dominante incluso, aunque estemos tristes. Cuando nos hacemos “grandes” y/o nos expandimos, provocamos que nuestro cuerpo reaccione y nuestro estado mental cambie en respuesta a ello. Esta cuestión también es abordada y profundizada desde la Técnica Alexander.

Por todo lo que hemos venido diciendo, las empresas que toman la iniciativa de hacer lo mejor que pueden hacer por sus trabajadores aumentan cualitativa y positivamente su imagen de marca y reputación.

No obstante, esta inversión en bienestar como empresa saludable, también se traduce en mejor clima laboral, mayor rendimiento, claridad, creatividad y motivación de sus trabajadores.

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