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Constelaciones Familiares: sanar heridas emocionales del pasado.

La frase: «Quien no conoce la historia, está condenado a repetirla” suele referirse a pueblos, naciones y civilizaciones en situaciones difíciles y similares a otras ya sucedidas en su propio pasado. Esta rotunda afirmación surge de estudios de investigación de historiadores. ¿Qué hace que una sociedad reincida en lo doloroso? ¿Es su dura cerviz? ¿Es su inconsciente colectivo, según Jung? En otro nivel, ocurre lo mismo en las personas y familias ¿Se puede superar esta contumaz reincidencia en comportamientos inadecuados que nos hacen sufrir?

¿Cómo se produce una herida emocional?

En el vivir experimentamos continuamente hechos. Si tenemos los recursos suficientes, los procesamos, aprendemos y crecemos gracias a ellos. Pero cuando un hecho nos resulta dramático, doloroso, nos impacta por sorpresa, no tiene solución en el momento en el que se produce, se vive en soledad y no se puede expresar, toda su potente energía nos invade a nivel físico y psicológico. Esta energía, asociada a un hecho con las características específicas anteriores, afecta nuestros procesos biológicos y nuestras estructuras mentales y emocionales, como lo hace un ejército que invade un país o un ataque cibernético que penetra por los resquicios de un sistema de información.

Ejemplos de hechos a nivel personal que pueden haber dejado en nosotros una huella indeleble son: un abandono, un abuso sexual, una agresión, una separación, un accidente de tráfico, una ruina económica, un anuncio desafortunado de una enfermedad grave, una muerte inesperada de un ser querido, o vivir una guerra.

¿Qué entendemos por pasado?

Es el conjunto de estos hechos que hemos vivido y que sabemos y sentimos que están impresos en nosotros al retroceder desde ahora. Así, visitamos nuestra vejez, adultez, juventud, adolescencia, infancia, período de creación de nuestros vínculos afectivos, nuestro nacimiento, un embarazo, una fecundación, etc., hasta nuestros padres, abuelos, bisabuelos..¡Sí, hasta más allá! ¿Es necesario? ¿Y es posible?

Una aportación esencial de la práctica de las Constelaciones Familiares es su capacidad para mostrarnos contumazmente que todas aquellas energías que se alojaron a la fuerza en alguno de nuestros antepasados debido a hechos brutales que vivieron, y que no pudieron procesar, permanecen presas en nuestro sistema familiar a la espera de que alguien de una nueva generación pueda liberarlas; por lo cual, no sirve sólo para sanar esta persona que siente y decide trabajarlo ahora, sino para todo su sistema familiar. Mientras esto no suceda, el sistema continuará mostrando la existencia de esta dolorosa herencia y su lealtad ciega a ella, reproduciendo comportamientos inadecuados y generando síntomas que hagan patente la necesidad de salir de este círculo vicioso.

La física nos muestra que la energía es diversa: potencial, cinética, calórica, eléctrica, magnética, electromagnética, etc. La energía que nos mueve a los humanos también puede expresarse bajo distintas tonalidades: odio, ira, miedo, asco, tristeza, alegría, confusión, etc. Cada hecho doloroso vivido y no procesado nos impone una o varias tonalidades energéticas. El conjunto de todos ellos nos carga con una mezcla energética única para cada uno de nosotros. Y es, precisamente, esta pócima energética mágica y única, la que nos mueve a comportarnos de una manera única. Todo ello nos conecta con la frase de Jung: ”Hasta que lo inconsciente no se haga consciente, seguirá dirigiendo tu vida, y tu lo llamarás destino”. Un preso a quien atendí lo denominó de otra manera: “Mi cajón de mierda”.

¿Significa que cada uno de nosotros estamos programados en base a este brebaje energético único que llevamos encima?

Mi respuesta es sí; pero no es una maldición sobre la que no podamos actuar y modificar hoy. Gracias a todo lo que nos ha precedido, pertenecemos a la primera o segunda generación que tenemos el privilegio de poder ser conscientes de ello, y disponer de ciertos recursos para limpiarnos, liberar ciertas energías que nos complican la vida, acoger otras que nos la facilitan, y cambiar, así, a mejor, la tonalidad resultante de esa mezcla energética que nos hace comportarnos de una manera única.

Todo ese proceso de mejora profunda en nosotros exige reconectar por un instante con aquello que resultó doloroso, para poder darle la mano y sacarlo del hoyo profundo y recóndito en el que se encuentra, y liberarlo. Sólo entrando en nuestro inconsciente, y limpiándolo, podemos cambiar nuestro destino.

Hay personas que renuncian a hacerlo, prefiriendo quedarse donde están. Otras, hartas de tanto sufrimiento, tienen la intención decidida de afrontarlo y van a por ello. Continúa siendo un misterio para mí, por qué unas personas sí y otras no.

Las que se atreven a buscar ayuda en las Constelaciones Familiares, suelen recibir como regalo el comprender con el corazón, que no es entender con la cabeza, es ir más ligero y la paz de una vida más fluida y plena.

Dos preguntas finales para reflexionar:  

¿Hay energías a liberar en un país que ha sufrido una Guerra Civil a una o dos generaciones de distancia? ¿Qué síntomas me pueden inducir a iniciar un proceso profundo de mejora en mi mismo/a?

Constelaciones Familiares y Procesos de Duelo.

Duele el perder a un ser querido. El dolor generado por la pérdida toma una tonalidad distinta y evoluciona de forma diferente en el tiempo, según las circunstancias únicas de cada doliente. Todos vivenciamos varios procesos de duelo. Si éstos se complican o se paran, las Constelaciones Familiares pueden ayudar a desatascarlos, a completarlos y a abrirse a la esperanza y a la vida.

Nuestros seres queridos lo son porque mantenemos un apego, un vínculo y una relación emocional con ellos. Puede ser de amor, de seguridad, de anhelo, de rechazo y/o de odio. Su pérdida supone una ruptura, un vacío, un dolor.

Para una persona doliente, su dolor único depende de varios aspectos:

  • De la calidad e intensidad del vínculo que ha habido con la persona desaparecida: padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, abuelo, abuela, gemelo, mellizo, padre adoptivo, adoptado, tutor, etc.
  • Del modo en cómo se ha producido la pérdida: por enfermedad, precedida de un duelo anticipatorio, muerte repentina, inesperada, accidente de tráfico, aborto natural o provocado, suicidio, desaparición, secuestro, asesinato, pérdida múltiple, etc.
  • En relación con los dos aspectos anteriores, el dolor también depende de desde dónde se ha vivido el duelo: desde la incredulidad y la negación, desde el miedo a la realidad (a nuestra herencia emocional, a nuestra vulnerabilidad, al fracaso, al futuro), desde la rabia, el rencor, el resentimiento, la tristeza, la angustia, la culpa, la soledad, el abandono, la desconfianza, el desamparo, el lamento, la insensibilidad, etc.

Esteban y María acaban de perder a su hijo Pablo, con 32 años, de forma repentina. Tenía una pequeña disfunción cerebral y desde los diez años, sufría ataques epilépticos, cuya intensidad y frecuencia habían disminuido sustancialmente gracias al tratamiento que seguía. La dedicación de sus padres ha sido inmensa por encontrar los entornos más adecuados para Pablo: escuelas especiales, constitución de una asociación (que más tarde se ha abierto a otras discapacidades al darse cuenta de la sinergia de su mezcla), consecución de un puesto de trabajo en un banco central que ejerce verdaderamente su responsabilidad social acogiendo en su organización a personas diferentes, formándolas, creando actividades especiales para ellas, facilitando alojamientos sencillos donde vivir independientemente de sus padres, etc. La tensión y preocupación de sus padres ha sido intensa y constante, sin respiro. Se llamaban unas cuatro veces al día. Su madre María decía últimamente: ”Ya no podemos estar presos del miedo por lo que pueda ocurrir ¡Hay que vivir! “. Y Pablo mostró que vivía intensamente: hacía deporte, bicicleta, excursiones, escalada, viajaba, ayudó a sus padres a reconstruir una casa en ruinas, ayudaba y activaba a sus compañeros en los momentos difíciles, los invitaba y ellos lo invitaban, iban al cine, pintaba, sus regalos los preparaba con meses de antelación, etc. Su ceremonia de despedida fue una explosión de sentimientos y reconocimientos por parte de sus padres, familiares, compañeros, los padres de éstos…por todo lo vivido y aprendido juntos con Pablo. El toque de saxofón de su hermana en el momento de su entierro, ante unas cien personas, fue memorable. Y ahora después, es cuando el vacío se hace inmenso y denso, es tiempo del duelo. Sus padres y su hermana lo viven diferentemente. Toda esa ingente cantidad de energía volcada en su preocupación y dedicación intensa y constante a Pablo durante años, se hace añicos y se transforma ahora en dolor. La culpa, el vacío, la tristeza, la desorientación, la fragilidad, la vulnerabilidad, y otras, aparecen y están ahí, como nuevos acompañantes, con distintas intensidades y proporciones para cada uno. Procesar la energía asociada a esas emociones requiere un tiempo. Y en ese tiempo, es cuando esa energía con tonalidad de dolor se puede transformar a su vez en otra con otra tonalidad, más hacedora y constructora de un nuevo proyecto que dé un nuevo sentido al vivir.

En el delicado proceso de acompañamiento en el duelo, en su momento oportuno, pueden resultar útiles preguntas como las siguientes:

¿Cuáles son las palabras que mejor describen tu estado de ánimo?

¿Qué crees que Pablo te diría al ver tu estado de ánimo?

¿Qué es lo mejor que puedes hacer para respetar y honrar todo lo que has vivido y aprendido con Pablo?

¿Cuáles son tus recursos para ello?

¿Qué recursos vas a solicitar de otras personas?

¿Qué puedes hacer hoy, mañana, la semana próxima, el mes próximo?

Según Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler, el proceso de duelo consta de cinco fases: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.

Según José Carlos Bermejo y Consuelo Santamaría, de Los Camilos, el duelo pone en nuestra vida una gran verdad. 

Reclama, desde la soledad radical que lo caracteriza, una profunda reflexión sobre la limitación de nuestra condición, sobre nuestros vínculos y sobre el valor del instante, que siempre puede ser el último.

Reclama elaborar el dolor sanamente. Los emotivos testimonios y las pautas recogidas en su libro “El duelo” buscan ser una luz en la oscuridad, un consuelo, una esperanza que invita a trascender lo que vemos y sentimos.

Las Constelaciones Familiares son un potente recurso para procesar, limpiar, desbloquear, reconciliar y cerrar los duelos que se lentifican, que se paran a medio camino o se eternizan; y así, liberar al doliente de pensamientos, creencias y energías tóxicas que complican la vida.

Describo a continuación dos casos reales:

Elena (E), 63 años, siente un profundo malestar, sobre todo desde la muerte de su padre. ¿Qué hechos importantes están relacionados con tu padre? Pensaba que era el propietario del cuerpo de sus hijos e hijas, y en base a ello, actuaba. Llora. Le pido que elija entre los participantes del taller abierto, a un representante para ella (RE) y otro para su padre (RP), y los posicione. Los coloca enfrentados. RE no puede mirarle, mientras que RP la mira agitada y fijamente. Al preguntar a RP por lo que le ocurre, dice que siente una indescriptible y fuerte exacerbación y tentación sexual hacia RE. Pregunto a E: ¿Qué ocurrió con tu abuela paterna? Tuvo tres hijos, y durante la Guerra Civil tuvo que hacer de todo para sobrevivir. Pido a E que elija a un representante para su abuela paterna (RAP). E posiciona a RAP detrás de RP. No sucede nada. Doy media vuelta a RP, de manera que RP da ahora la espalda a RE y encara RAP. Se produce un largo silencio. Al final, RAP mirando a RP, le dice: ”Tú eres el resultado de una violación”. Los ojos de Elena se abrieron como platos, lloró, espiró en profundidad, su semblante cambió radicalmente y dijo: ”Ahora todo tiene sentido”. La constelación terminó con un abrazo de los tres representantes RE, RP y RAP. Elena se vació de su miedo y de su rencor hacia su padre. Se fue aliviada.

Ana, 54 años, extranjera, vino mal vestida y con un aspecto descuidado al primer taller abierto de un curso compuesto de varios. Hacía años que había dicho a su marido y a sus dos hijos que no fueran a un determinado lugar. Fueron y los asesinaron. Su dolor salía por los poros. Le pedí que eligiera y posicionara a los representantes de su marido, de sus dos hijos y de dos asesinos. Ella se puso de rodillas ante su marido e hijos, tendidos en el suelo. Tocándolos con sus manos, lloró desde lo más hondo de su ser. Luego se levantó y encaró a los representantes de los dos asesinos. Les dijo: “Ahora os puedo ver, formáis parte de mi sistema (por el fuerte vínculo emocional de odio y venganza que mantenía con ellos) y os podéis ir cuando queráis”. Se produjo un largo silencio, durante el cual nadie se movió. Después, sin mediar palabra, los representantes de los dos asesinos se giraron y salieron de la sala donde se realizó la constelación. Ana lloró hasta vaciarse del dolor de su múltiple pérdida. Había logrado iniciar el movimiento de cortar el cordón emocional de rabia y resentimiento que la había mantenido hasta entonces presa y atada a los asesinos. Al mes siguiente no vino. Tampoco al otro. Al cuarto mes asistió de nuevo como participante. Pero esta vez, arreglada y vestida con colores alegres.

Las Constelaciones Familiares constituyen un novedoso y potente saber hacer.

Al utilizar otras formas de mirar, pensar, sentir, decidir y hacer, ayuda a las personas y a los sistemas humanos a los que pertenecen a lograr cambios sustanciales y positivos, y a salir de situaciones difíciles persistentes.

Constelaciones Familiares: ¿qué es el autosabotaje y cómo identificarlo?

¿Cuántas veces he tratado de alcanzar un sueño, lograr un objetivo o hacer algo, y no lo he conseguido? Es posible que con una cierta distancia temporal y emocional, descubra que muchos de mis “fracasos” se debieron a mi personal manera de actuar. Pero en aquellos precisos momentos, no me di cuenta de que me estaba auto saboteando. Pocas personas saben que lo padecen.

Ejemplos de autosabotaje:

  • Por fin he podido quedar con alguien que me gusta mucho. Llegado el momento, me pongo enfermo o entro en pánico y no acudo a la cita.
  • He discutido con mi pareja, le he comprado un pequeño regalo y se me olvida en casa o en el lugar de trabajo.
  • Estoy esperando una llamada muy importante para mí y se me olvida dejar mi teléfono móvil cargado y encendido.
  • Me preocupa tanto la opinión o la crítica de los demás, que nunca hago lo que a mí me gusta hacer.
  • Voy a una entrevista de selección y sin saber por qué ni cómo, digo un despropósito, entro en contradicción o revelo algo de mí que no quería mostrar. A raíz de ello quedo eliminado.
  • Me inscribo en un curso, pierdo el autobús el primer día y llego tarde, o falto a muchas clases.
  • Hago un trabajo muy importante para mi futuro pero de pronto me disperso en mil cosas, como cambiar la instalación eléctrica de la casa, buscar actividades para el verano de mis hijos, llevar el coche al taller, etc.
  • Me he entregado en cuerpo y alma a un proyecto y lo dejo justo en la recta final.
  • Empiezo firmemente una dieta para adelgazar y sucumbo al primer pastel que veo, o al cabo de una semana me concedo el homenaje de un gran atracón o la interrumpo constantemente diciéndome que mañana la empiezo de verdad.
  • El médico me ha recetado un tratamiento y curiosamente se me olvida con frecuencia tomar mis medicinas.
  • Dejar de fumar es muy fácil porque lo hago todos los días. Y también lo es porque lo retomo diariamente.
  • Ahorro dinero para comprarme un coche nuevo, y cuando ya casi lo tengo, me lo gasto en un viaje.

Puedo pensar que un olvido, perder el autobús o llegar tarde, es algo frecuente y normal en esta época de tráfico denso y estrés, y que no necesariamente ha de significar que me estoy autosaboteando. Puede ser cierto si sólo me sucede muy de vez en cuando y si casi siempre logro mis objetivos. Pero si me sucede con frecuencia que no los alcanzo a pesar de mis considerables esfuerzos, tengo sobrados indicios para pensar que me estoy autosaboteando.

Todos estos hechos reales son síntomas de que algo no va bien en mí. Pero desconozco sus raíces, sus causas, y menos aún, sus posibles soluciones.

Mientras estoy saboteando mis intentos por triunfar, mi mente ya está dando vueltas y vueltas para justificar que estoy tomando la mejor decisión, mi mente ya busca afanosamente razones (aparentemente lógicas) para mantenerme en mi inconsciencia, porque así se ocupa, justifica su existencia e intenta mantener su poder sobre mí. Y de esta manera intenta hacerme creer:

  • Que tengo mala suerte.
  • Que soy víctima de la crisis, de las circunstancias, de mi entorno.
  • Que lo que me he fijado lograr, es demasiado difícil.
  • Que la culpa de mis errores o fracasos la tienen los demás.
  • Que los otros se aprovechan de mí o ponen piedras en mi camino.
  • Que olvidarse de las cosas le puede ocurrir a cualquiera.
  • Que destrozar mi dieta, volver a fumar o gastarme el dinero ahorrado para otro fin, fue simplemente porque no lo pude evitar o por mi falta de voluntad.
  • Que si no me dio tiempo de hacer lo que tenía que hacer, fue porque tal actividad se alargó de forma imprevisible y fuera de mi control, etc.

Pero la solución no está en el ámbito mental y racional, aunque puede ayudar bajo determinadas condiciones.

¿Qué me autosabotea?

Según la teoría de la “Irracionalidad Humana» de Ellis, hay algo en la naturaleza del ser humano, que denominó «conducta neurótica», que le impulsa a sabotear su felicidad de manera frecuente.

Según Aaron, el sufrimiento subjetivo se basa en que las personas realizan interpretaciones inadecuadas (incorrectas, exageradas o incompletas) al procesar la información ambiental, lo que les genera problemas emocionales e interpersonales.

Según las teorías sobre el “Apego” de Bowlby, las causas del autosabotaje son las pautas disfuncionales aprendidas en la infancia.

Según Adler, nos saboteamos por causa de traumas adquiridos en la infancia. Supuso que los niños aprenden a sentirse invalidados, humillados, subestimados, a nivel familiar y social y que esto los impulsa de por vida a ciertas formas de defenderse ante las excesivas demandas de perfección, cercanía o dependencia de los padres; por ejemplo, a esforzarse y hacerse valer, para demostrar que son valiosos. Es en este contexto mental y emocional, cargado muchas veces de resentimiento y ansiedad, que los sujetos desarrollan formas patológicas de comportamiento.

El miedo puede ser una causa del autosabotaje. Si bien puedo decir e incluso creer que quiero lograr algo, interiormente y de manera no muy consciente, puedo tener miedo:

  • Al cambio, porque implica enfrentarme a lo desconocido y eso me angustia.
  • Al éxito y a las responsabilidades y obligaciones que se derivan del mismo.
  • A terminar desmoralizado/a y sin fuerzas si no sale bien. No confío en mí.
  • A las pérdidas materiales e inmateriales que se pueden producir si alcanzo mis metas, como alejarme de mi familia, renunciar a ciertas actividades, generar envidias en algunos, perder las relaciones con mis mejores amigos, etc.
  • A demostrar mi capacidad, porque cuando se den cuenta de ella, unos me van a exigir más, otros van a esperar demasiado de mí, y entre los que me ayudan y apoyan, puede que algunos ya no lo hagan y se alejen.

Una baja autoestima también puede ser una causa del autosabotaje.

Suele manifestarse a través de expresiones del tipo: «Soy incapaz de hacer, lograr o tener éxito». Pienso que no me merezco tener éxito, por lo tanto, no me esfuerzo lo necesario para lograrlo. El autosabotaje simplemente refuerza y/o refleja mi forma de pensar.

No soy consciente de mis verdaderos deseos y necesidades. Las metas que tengo no son mías, me las imponen, me pueden rechazar si no las acepto o las persigo sólo para gustar a alguien. En estos casos, no estoy suficientemente motivado para hacer el esfuerzo necesario.

En base a su observación experimental, Yagosesky distingue tres mecanismos frecuentes e identificables de autosabotaje:

El autoengaño: Yo valoro de forma imprecisa mis fortalezas o debilidades, mis posibilidades o amenazas, lo que me lleva a tomar decisiones inadecuadas y a padecer resultados indeseados, a veces desastrosos. Desde el autoengaño, yo puedo imponerme metas inalcanzables o sentirme muy especial para los demás, aunque las evidencias digan lo contrario.

La autoinvalidación: Yo pienso negativamente sobre mí mismo, y actúo de manera coherente con esos pensamientos, lo que limita mis éxitos y recompensas emocionales. La autoetiquetación negativa y el pesimismo son frecuentes en mí.

El autoabandono: Yo me ignoro, me olvido de mí mismo y por lo tanto descuido las acciones de autocuidado requeridas para la preservación de la vida, la salud y la buena imagen social. El déficit de aseo, el desorden y la improvisación, caracterizan este mecanismo de autosabotaje.

Desde otra perspectiva, Barda describe los cuatro tipos de autosabotaje más frecuentes:

No acabar las cosas: Empiezo muchas cosas y las dejo a medias, o bien le dedico mucho trabajo y esfuerzo a algo y cuando estoy a punto de acabar, lo abandono con cualquier excusa. Si nunca acabo nada no tendré que enfrentarme a la posibilidad de fracasar, de no estar a la altura, de cometer errores, o a la posibilidad de no saber lidiar con el éxito. Claro que tampoco descubriré el placer de conseguir mis objetivos y de demostrarme a mí mismo que sí estoy a la altura, que soy competente e inteligente.

Posponerlo todo hasta el último minuto (procrastinar): La razón “oculta” es sencilla…si lo dejo todo para el final y no me esfuerzo todo lo que puedo, siempre tendré esa excusa si las cosas no salen del todo bien, es una especie de escudo protector de mi supuesta ineptitud. No sea que le dedique todo el tiempo y esfuerzo, no salga perfecto y se descubra que no soy competente. Por supuesto, también hay otras razones como que simplemente no me gusta nada la tarea, y la retraso lo máximo posible. Pero, en general, es miedo al resultado final.

Perfeccionismo: Ese viejo conocido…O está perfecto o no lo hago, para mí si no está perfecto está mal y empleo (o más bien pierdo) muchísimo tiempo en revisiones, en aprender más. Con esto consigo no acabar las cosas y estresarme. Como no sé hacer esto a la perfección, no lo hago (evito correr el riesgo de fracasar o de no estar a la altura), hasta que esto no esté perfecto no lo envío (horas innecesarias de trabajo y estrés). La solución no es fácil pero es sencilla: arriesgarme. Primero con pequeñas cosas, para ver que no pasa nada si no es perfecto, que bueno es suficiente y que es mejor tener las cosas en marcha que tenerlas paradas esperando a que sean perfectas. Se puede conseguir. A veces me saldrá mejor, a veces peor, es normal. Nadie es perfecto y es muy cansado aspirar siempre a la perfección.

Poner excusas: Soy demasiado mayor, soy muy joven, no tengo dinero, las cosas están muy mal, no tengo tiempo…Son simples disfraces del miedo. De sobra sé que hay personas de todas las edades que han conseguido lo que se han propuesto, y sé que cuando algo es importante para mí, encuentro el tiempo y la forma de conseguirlo. Hago de mi objetivo mi prioridad y me dejo de excusas.

Estas son algunas de las estrategias que utilizo para sabotearme. Tienen su beneficio: me protegen del fracaso, de no quedarme en ridículo y de todos mis miedos, pero también tienen su precio. Lo importante es que yo sea consciente de las estrategias que utilizo, del miedo que se esconde detrás y del precio que estoy pagando. En cuanto me descubra poniendo en práctica alguna de estas estrategias me preguntaré por qué me estoy comportando así y qué precio estoy pagando. ¿Si no tuviera miedo y supiera que no puedo fracasar, qué haría? Pues me dejo de excusas y lo hago. Bien, pero ¿Cómo?

¿Qué hacer?

Cuando me autosaboteo, no me doy cuenta de que lo estoy haciendo y mucho menos de por qué lo hago. El autosabotaje es el grito manifiesto de un conjunto de emociones reprimidas y no aceptadas acerca de mí mismo que han ido adquiriendo una gran fuerza desde la sombra. Precisamente es esta sombra o inconsciente quien toma el control de mis comportamientos reales de una forma inoportuna, inesperada, desagradable y a veces brutal. Son precisamente estas conductas inapropiadas las que me invitan a mirar justo hacia el lugar dentro de mí donde no me apetece mirar ni explorar. Pero es justamente en mi inconsciente donde está la clave.

¿Cómo hacer?

Desde la visión sistémica, las Constelaciones Familiares son de gran utilidad para desmontar las estrategias de autosabotaje.

La más corta constelación que recuerdo haber realizado fue aquella en la que Petra planteó su dificultad para encontrar trabajo y su obsesión por la perfección. Le pedí que sacara a dos representantes para la perfección y la imperfección, y que luego se colocara ella en relación a las dos. Su reacción fue inmediata. Me dijo: ¡Pero si son mi padre y mi madre! ¡Ya no necesito más!

Juan vino a constelar su dificultad para terminar sus estudios. Le pedí que sacara representantes para:

  1. Él.
  2. Su situación actual.
  3. Su situación deseada (estudios recién aprobados).
  4. El beneficio inconsciente de no alcanzar su situación deseada.
  5. Tareas a realizar una vez alcanzada la situación deseada.

La Constelación Familiar permitió a Juan ver en poco tiempo que su beneficio era quedarse en casa de sus padres hasta aprobar y que sus tareas posteriores serían dejar la universidad, buscar un trabajo, trabajar y afrontar su proyecto de vida.

El desbloqueo se produce cuando hacemos consciente esta parte de nuestro inconsciente relacionado con el asunto planteado.

Constelaciones Familiares: depresión y tristeza sin causa aparente.

La depresión está cada vez más presente en nuestra sociedad. En base a sus datos, la Organización Mundial de la Salud, la ha denominado «la mayor epidemia del siglo XXI».

Muchos podemos caer o ya hemos caído en las garras de la depresión. El tiempo no cura. Avergonzarnos y esconderla nos esclaviza; sufrirla nos corroe. Hay mejores opciones. Las Constelaciones Familiares es una de ellas.

Veamos, antes de continuar, algunos de los síntomas a través de los cuales se manifiesta la depresión:

  • Tristeza, sentimiento de vacío.
  • Cansancio, pérdida de energía.
  • Pérdida de todo interés por casi todas las actividades.
  • Sentimiento de desvaloración.
  • Pesimismo, pensamientos negativos.
  • Rumiaciones ansiosas.
  • Insomnio o todo lo contrario.
  • Trastornos de concentración y de memoria.
  • Ideas suicidas.

No es lo mismo estar triste que estar deprimido. La tristeza en una persona no le impide levantarse todos los días, comer, andar, trabajar y tener amigos. Su vaso lo ve medio lleno porque a pesar de su tristeza, está en la vida. La tristeza se mueve en el ámbito psico-emocional y mental y puede estar ligada a la pérdida de un ser querido, por ejemplo.

Recuerdo el caso de una mujer profundamente triste de unos sesenta años. El trabajo sistémico exploratorio que realizamos nos llevó hasta su nacimiento, en el que descubrimos que también nació su hermano gemelo, pero muerto. Aquel viaje a su inconsciente nos dio la clave. Durante los nueve meses de embarazo, su embrión en desarrollo convivió estrechamente con el de su hermano en el volumen contenido del vientre materno. Cada vez que ella quería mover su brazo necesitaba que su hermano le dejara el espacio necesario realizando un movimiento simultáneo para ocupar el espacio equivalente vaciado a su vez por ella.  

Así, durante nueve meses de gestación se crean unos vínculos profundos entre gemelos. Si uno desaparece, el otro se queda sin su compañero entrañable. Este corte radical de comunicación y relación con el otro produce mucho vacío y dolor. Dado que un bebé no dispone de recursos para soltarlo, lo aparca en su inconsciente. Mientras el dolor de la pérdida se mantiene inconscientemente ahí, la tristeza es el síntoma que da testimonio de su existencia y que nos dice: ¿qué tenemos que aprender y resolver? Hay personas que necesitan más de sesenta años para encontrar su respuesta. Cuando ella se dio cuenta de su implicación, su cara se transformó y se iluminó.

Hemos visto de qué se trata la tristeza, pero entonces: ¿en qué se diferencia con la depresión?

En que además del ámbito psico-emocional y mental, la depresión se extiende al corporal, hasta la enfermedad. La persona que la sufre suele perder su impulso vital. El depresivo no suele llorar. Quien llora es el triste. El dolor de la persona depresiva es intenso y extendido. No avisa de sus acciones. Puede abandonar sus obligaciones de pareja, del hogar y del trabajo. Y en muchos casos, se aleja tanto de ellas que pone en peligro su propia vida o la de las personas que tiene a su lado.

¿Cuántas veces hemos oído afirmar desde la ignorancia que la persona depresiva “no quiere” asumir sus obligaciones? Es fácil criticar lo que se desconoce. Enjuiciar y criticar no sirve. Albert Einstein decía sabiamente: «Los problemas no pueden resolverse desde el mismo nivel de conciencia en el que fueron creados». De esta forma, yo prefiero creer que “no puede” asumirlas. Y así, puedo acompañar a la persona en depresión a buscar sus causas y posibles soluciones. Para ello me baso en las siguientes hipótesis:

  1. Cada emoción está compuesta por una memoria y una energía asociada.
  2. Cada uno de nosotros somos portadores de un cierto paquete de emociones reprimidas por lo dolorosas que fueron en su día, generadas en mi vida o procedentes de las vivencias no resueltas por los antepasados de mi sistema familiar y tomadas inconscientemente por cada uno.
  3. Por tanto, cada uno de nosotros lleva en su inconsciente un ramillete de energías de aquellas emociones de tristeza, ira, miedo, etc., que aún no hemos liberado.
  4. La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma.
  5. La energía puede transformarse en materia, y viceversa.
  6. La energía es el lazo de unión entre nuestro cuerpo, mente, emociones, alma y espiritualidad; y también con los demás y con el universo.
  7. La energía que llevamos cada uno de nosotros es personal y única.
  8. Esa energía específica puede interferir en los procesos y en las reacciones biológicas de nuestro cuerpo, facilitando unas y frenando otras por aquello que hay reacciones exotérmicas, neutras y endotérmicas, y producir desequilibrios, desórdenes y enfermedades.
  9. El cuerpo es, pues, el receptor de todas las emociones que no hemos sabido resolver antes. Si bien la enfermedad puede ahondar la depresión, también puede ser el detonante que nos lleve hacia la salud.
  10. No necesitamos enfermar para elevar nuestro nivel de consciencia, reaccionar en positivo y soltar todas esas cargas inconscientes que nos complican la existencia. Prevenir es menos doloroso y más humano, vital, dichoso, pleno y barato.
  11. Nunca es tarde para resolver, aliviar, reconciliar y encontrar la paz. Los profesionales de los cuidados paliativos lo saben muy bien.

Las Constelaciones Familiares muestran que la depresión puede estar provocada por un sentimiento de vacío.

Champetier de Ribes: “A la persona que la sufre, le falta respetar, amar y tomar a alguien de su sistema familiar con quien está identificado, el cual, vivió hechos dolorosos que no pudo procesar. Es probable que este antepasado rechazara tomar a su madre, y por tanto, la vida. En este caso, la persona deprimida tampoco toma a su madre, por transferencia”.

Hellinger: “La sensación de estar completo brota cuando cada uno que pertenece a mi sistema ha recibido su lugar en mi corazón. Éste es el auténtico sentido de estar completo. Sólo desde esta plenitud, la persona se halla libre para desarrollarse. Aunque sólo falte uno de los que forman parte de su sistema, la persona se siente incompleta”.

Las personas coléricas e irritables pueden esconder a una persona deprimida ¡Y al revés! La depresión puede esconder una profunda ira, resultante de hechos tan dolorosos como el abandono, el rechazo o la traición.

Si la depresión lleva al deseo de morir, puede ocultar la existencia de una energía asesina que merodea por el sistema familiar por las razones que fueran. En este caso, la depresión y los intentos de suicidio son modos de redimir las pulsiones nacidas de aquella, cuyas causas se pueden explorar y encontrar.

Comentaré otra situación. El caso de un hombre de 35 años con un enorme malestar.

Vino a un taller de Constelaciones Familiares. Lo sufría, pero desconocía la causa. Su nacionalidad era alemana y vivía en España. Durante el trabajo sistémico apareció su abuelo paterno, quien ejerció de oficial de las SS nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La relación entre ambos se mostró difícil. Su nieto rechazaba sus actos, lo despreciaba, y al hacerlo, despreciaba un 25% de sus propios orígenes, se despreciaba a sí mismo. ¿Qué hacer ante tal legado? Tras diversos movimientos y ante un representante de su abuelo, su nieto le pudo decir: “Querido abuelo, hicieras lo que hicieras, continúas siendo mi abuelo”. Se produjo una explosión emocional, lloros profundos y abrazo. El nudo se deshizo. Después de esta reconciliación, vino la serenidad y la paz.

Las Constelaciones Familiares constituyen un novedoso y potente saber hacer que, al utilizar otras formas de mirar, pensar, sentir, decidir y hacer, ayuda a las personas y a los sistemas humanos a los que pertenecen a lograr cambios sustanciales y positivos y a salir de situaciones difíciles persistentes.

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