A diario nos movemos entre realidades conocidas: los lugares en los que vivimos, las personas que frecuentamos, los trabajos que hacemos, etc. Estas rutinas muchas veces se vuelven monótonas y agotadoras. Podemos dejarnos abrazar por ellas o encontrar formas de innovar para soslayarlas, que nos permitan sentirnos mejor en la relación con nosotros mismos, con los demás y con lo que hacemos.
Al final, la vida son relaciones. De hecho, es a partir de la relación con nuestro cuerpo, con nuestro entorno, con los otros, con lo que pensamos y sentimos, con el pasado y con el porvenir, que vamos construyendo experiencias, y sobre ellas y nuestras interpretaciones de las mismas, vamos aprendiendo. Es así como se establecen patrones en nuestro sistema nervioso que tienen su lado bueno, pues nos ahorran energía y nos libera la atención para nuevos aprendizajes; y su lado menos bueno, pues nos lleva a vivir en “piloto automático”. Estado que nos acerca a la monotonía y nos aleja de la innovación.
Ahora bien, hablamos de monotonía, pero ¿a qué nos referimos exactamente? En cierta forma, lo anticipábamos en el párrafo anterior. Los momentos piloto automático son los que nos empujan a vivir -y a veces a padecer- la monotonía. Es decir, dentro de nuestras rutinas, llegamos a convivir con cuestiones que, aunque nos incomodan, terminamos por acostumbrarnos. Los ejemplos son infinitos. Desde convivir con un dolor crónico producto de una postura inadecuada; aliarnos con un estado de rabia casi permanente producto de arrastrar un conflicto laboral, y hasta zanjar una discusión producto de no encontrar la forma correcta de decir lo que queremos decir.
Monotonía, siempre lo mismo. Lo mismo conocido y, por eso, tal vez no tan malo; así concluimos. No obstante, ¿qué hay de la innovación?
¿Qué pasaría si no fuera tan difícil liberarnos de ese dolor, resolver ese conflicto o encontrar argumentos sólidos más conectados con nosotros y con lo que queremos decir -independientemente de con quién tengamos que hacerlo-?
Veamos una cosa antes de continuar. Debemos saber que para cambiar y/o innovar, necesitamos conocer exactamente hacia dónde dirigimos nuestra atención. Considerando las hipótesis, es posible que estemos centrados en el dolor, pero no en qué lo produce; es posible que pongamos el foco en el colega y en el conflicto, pero no en la forma en la que nos afecta o en una solución. Más aún, cuando decidimos abandonar una discusión, probablemente escuchábamos para responder, en vez de para comprender. Entonces, lo que quizás no nos hayamos planteado nunca, es que hay maneras de entrenar la atención y dirigirla hacia “un fin en movimiento”: desmontar el piloto automático y encontrar nuevas maneras de hacer y de Ser. Esto es lo que nos permite la Técnica Alexander (TA); salir de nuestros automatismos a través del control consciente del movimiento.
Lo que hace la Técnica Alexander es desarrollar y fortalecer un entrenamiento físico y mental que ancla la atención en el cuerpo, fortalece nuestro auto-control y afianza nuestra dirección hacia un propósito determinado. Curiosamente, justo porque hablamos de control podemos hablar también de libertad: la libertad de saber romper patrones cuando quedaron obsoletos; la libertad de innovar con nuevas y mejores maneras de hacer.
Ahora bien, para hacer ese “puente” entre las respuestas corporales -la tensión muscular, el desequilibrio o la falta de energía- con las creencias que las sostienen, María de Marcos fusiona la Técnica Alexander con el Coaching Ontológico. Así, el cerebro analítico puede contrastar sus creencias con la sabiduría e intuición que emanan de otras partes del ser y aprender a confiar, apoyándose en experiencias reales. Veamos un caso real.
Carla llegó a las clases de Técnica Alexander buscando seguridad en sí misma. El segundo día, llegó sin dormir: había pasado la noche dando vueltas al machaque diario que recibía de su jefa. Físicamente, le dolía el estómago, estaba cerrada y encogida. Estaba convencida que todo aquello era su culpa.
Nuestra especialista le preguntó que necesitaba en ese momento: “tranquilizarme”. Y así, empezaron a trabajar juntas para ver cómo estaba manejando Carla su atención.
Carla podía notar que estaba totalmente fuera de sí: su atención estaba puesta en la situación laboral y en su jefa. Gracias a las sensaciones físicas que llegaban a través del contacto y del movimiento, el presente empezó a abrirse paso en la mente de Carla. Cuando esto ocurría ella tomaba conciencia de lo que pasaba en su cuerpo y la vivencia cambiaba de un estado de ansiedad a un estado de calma progresiva.
Al cabo de varios ejercicios, Carla empezó a registrar experiencias corporales distintas: la tensión se transformó en expansión, el encogimiento en apertura y el estar en vilo en un buen apoyo. Sobre esa diferencia, aprendió a construir un criterio de lo que en ese momento era bueno y necesario para ella y lo que no. También descubrió algo curioso: cuando María tomaba una de sus piernas para movérselas, a Carla le resultaba imposible no ayudar, aunque esto le provocara más tensión. María le pidió que focalizara su intención -precisamente- en no ayudar. Y Carla se dejó ir.
¿Por qué Carla estaba volcada en ayudar? ¿Para qué se anticipaba a lo que, según ella, iba a pasar? ¿Esto le pasaba sólo en su trabajo o también en entorno familiar, en su vida? Fuera de la infinidad de analogías que podríamos recrear, el momento para Carla fue revelador porque entendió que si podía dirigir voluntariamente su atención, podía parar sus automatismos y mantenerse enfocada en lo que era bueno para ella y para la situación. Podía ganar un espacio interno precioso para decidir qué hacer a continuación.
Sólo 45 minutos combinando el Coaching Ontológico y la Técnica Alexander, habían resultado en un contundente aprendizaje de auto-regulación y auto-control en acción.
Lo que sucedió durante esa sesión, ayudó a Carla a tomar distancia, a revisar su papel en la situación y a ver nuevas alternativas de acción.
Uno de los beneficios más importantes del desarrollo del control consciente de las reacciones, como lo fue para Carla, es que las capacidades que se desarrollan son transferibles a todas las situaciones vitales. La atención dirigida, el autocontrol y la autorregulación nos permiten revisar nuestros juicios e interpretaciones, gestionar nuestras reacciones y conductas, mantenernos flexibles frente a la incertidumbre laboral o, incluso, frente al duelo por la pérdida de una relación o el miedo a estar solos.
“El movimiento es de dentro hacia fuera; es hacer para Ser; es un pulso vital sencillo; es el fluir del Ser en relación con la vida. Tu postura es el reflejo de tu movimiento por la vida”. María de Marcos