Reduce la tensión y la ansiedad a través del Método Feldenkrais®.

Que la ansiedad no domine tu vida.

Si la depresión fue el mal del cambio de siglo, la ansiedad se ha convertido en la epidemia de nuestro mundo moderno. En nuestro país sabemos de qué se trata. Según la OMS, España es líder en consumo de ansiolíticos de Europa y una de cada diez personas padece los síntomas de la ansiedad.

Las cifras son alarmantes, pero raramente sorprenda al lector. Efectivamente, es cada vez más común conocer a alguien cercano que esté en un cuadro de ansiedad constante y/o que padezca episodios de ansiedad; es por esta misma razón que resulta cada vez más habitual que el sedante esté al alcance de la mano. Ahora bien, estamos de acuerdo en que la terapia para tratar la ansiedad, como abordaje cognitivo y emocional, es necesaria y efectiva; sin embargo, aunque es una de las “patas” fundamentales del tratamiento, no debería ser exclusiva de otros enfoques. Veamos más.

El Método Feldenkrais® propone -como parte del trabajo- un abordaje desde el cuerpo, ya que también está involucrado en un patrón de ansiedad.

Es decir, sabemos que la memoria de las emociones está en el sistema nervioso central (SNC) y se refleja en el cuerpo a través de patrones musculares. Esto es fácil de entender. Por ejemplo, cuando vemos la expresión de un rostro o una postura, conozcamos más o menos a esa persona, podemos deducir si está nerviosa, ansiosa, triste, preocupada, etc.; incluso aunque su intención sea disimularlo.

La ansiedad surge porque tenemos patrones y reacciones fijas. Es el arma que posee nuestro organismo para estar alerta ante cualquier posible peligro. Por supuesto, hasta aquí estamos todos de acuerdo en que este mecanismo es necesario y queremos que así continúe. El problema es cuando esa reacción se prolonga en el tiempo sin que exista una amenaza real. El mundo moderno, tan agresivo y tan competitivo, muchas veces nos coloca en ese lugar todo el rato. No paramos, no nos detenemos y ese ritmo y esa necesidad de respuesta constante del día a día son una gran explicación sobre por qué la ansiedad es la nueva epidemia social.

Ahora bien, retomemos este pedacito de texto que dice: “el problema es cuando se prolonga en el tiempo sin que exista una amenaza real” y analicémoslo desde el cuerpo. ¿Qué supone que nuestro cuerpo esté siempre en alerta? ¿De qué nos sirve sentir que en muchos momentos la respiración no fluye o que nuestra columna está todo el rato flexionada como si estuviéramos bajo la amenaza constante de un golpe, cuando no está pasando nada que nos ponga en peligro? Más aún, ¿de qué nos sirve “anestesiar” ese momento con un químico si sabemos que ante una situación similar incurriremos en ese mismo estado? La ansiedad se expresa en el lenguaje de nuestro cuerpo y de nuestros movimientos interfiriendo en su fluidez y obstaculizando su expresión, pero para cambiar esto necesitamos tomar conciencia. Como señalaba el creador del Método: “Si uno no sabe lo que hace, no puede hacer lo que quiera”.

Como vemos, siempre antes de llegar a una crisis, habremos tenido señales desde el cuerpo que pudimos haber atendido. Por ello, desde Feldenkrais® nos proponen primero tomar conciencia de esos patrones y luego explorar y encontrar en nuestro cuerpo otros patrones de acción que nos permitan gestionar la ansiedad y sentirnos mejor.

Es decir, no sólo tomar conciencia; también (y sobre todo) se trata de descubrir y experimentar -por ejemplo- qué sucede si estiramos nuestra columna y usamos toda la longitud de nuestro cuerpo; qué sucede cuando nuestros pies se asientan mejor en el suelo; o cuando nuestro cuello está libre para moverse, y un largo etcétera.

Curioso o no, el Método Feldenkrais® coloca a los síntomas de la ansiedad con una sensación general de insatisfacción con la vida que tenemos o llevamos. Entonces pregunto: ¿por qué no atender esa alerta? ¿Por qué no ver qué hay más allá de esa falta de aire, de esa pérdida de estabilidad?

¿Por qué no anticiparnos a gestionar la ansiedad cuando aún no se ha manifestado con toda su intensidad?

Ese es el objetivo de este Taller de introducción al Método Feldenkrais®. Como decíamos antes, nos invita a ver lo que sucede, recuperar la riqueza de los movimientos y explorar -sin esfuerzo- diferentes posibilidades de configuración que nos permitan gestionar la ansiedad y alcanzar estados de serenidad, de equilibrio y de tranquilidad desde el cuerpo.

Ahora bien, como dice nuestro especialista en el Método, Jaime Polanco: “la idea es experimentar con una fuerza tal que las personas sientan la necesidad de incorporar esos nuevos recursos corporales inmediatamente en su vida”. A propósito de esto, también nos señala que “en ningún caso se trata de hacer ver el Método como una sustitución de la terapia, sino de una forma complementaria a ella”. 

Introducción al Método Feldenkrais®: no dejes que un dolor opaque tu calidad de vida.

Estamos acostumbrados a minimizar el dolor de espalda y otras tantas molestias. Un poco porque las prisas, la inmediatez y las “pócimas mágicas” están a la orden del día. En lo personal agradezco que existan estas soluciones, porque una molestia un día o un rato puede ser realmente entorpecedora y bloqueadora de cualquier actividad física y/o intelectual que hagamos. Como siempre decimos, el cuerpo influye sobre la mente y viceversa.

Ahora bien, el problema es cuando ese dolor o molestia temporal se vuelven crónicos y seguimos recurriendo a las mismas soluciones exprés.

¿Por qué anestesiamos el cuerpo si está queriéndonos decir algo? ¿No sería más fácil darle entidad y escuchar al dolor?

Curiosamente, la mayoría de nosotros arriba a conclusiones y autodiagnósticos sobre el origen de su dolor de espalda (o sobre cualquier otra molestia).

A propósito de esto, Ruthy Alon, en su libro “Guía Práctica del Método Feldenkrais, la espontaneidad consciente”, habla acerca de nuestra honestidad funcional. Se refiere a nuestras versiones sobre por qué tenemos dolor de espalda y, entre otras cosas, dice: “Si la respuesta para no tener dolor de espalda fuera una espalda flexible, los bailarines, los atletas y los acróbatas jamás sentirían dolor. Si el objetivo fuera tener una espalda fuerte los hombres musculosos que hacen un trabajo físico duro serían inmunes a los problemas de espalda. Si caminar erguido fuera la raíz del problema, generaciones de seres humanos hubieran vivido en una constante agonía desde los albores de la evolución”.

Más allá de todas estas reflexiones y generalizaciones que estamos acostumbrados a hacer, necesitamos reconocer qué nos pasa y abrir el espacio para hacer lo mismo que hacemos siempre, pero de forma diferente. Por ejemplo, si trabajamos sentados todo el día frente a una pantalla de ordenador, y hoy por hoy no hay posibilidades de cambiar ese trabajo porque además nos gusta, tenemos que abrir un espacio para explorar cómo sentirnos mejor estando sentados. Pero no porque esté mal lo que estamos haciendo, sino porque hacemos demasiadas pocas cosas de las que podríamos hacer.

Ese es el objetivo principal del Taller de introducción al Método Feldenkrais®: recuperar la riqueza de los movimientos y explorar diferentes posibilidades de configuración para que el dolor de espalda -o cualquier otra molestia- disminuya gradualmente hasta desaparecer.

No obstante, el taller también nos permite atesorar aprendizaje para mejorar otras cuestiones que no estamos haciendo bien y para optimizar aquellas que ya estamos haciendo muy bien.

Es, en definitiva, un espacio ideal para explorarnos, encontrar alternativas y hacer cosas diferentes. Como decíamos previamente, las posibilidades de estar sentados en una silla son varias, pero si estamos sentados siempre en una misma posición es igual de dañino para el cuerpo que para el Sistema Nervioso Central (SNC). En este sentido, investigaciones de la neurociencia, han revelado que luego de un período muy breve de estar haciendo lo mismo, el SNC se apaga, deja de permanecer activo y pierde la capacidad de reacción y adaptación.

Técnicamente, este hecho se denomina habituación y también influye a nivel muscular y corporal. ¿Cómo? Veamos. Al “apagarse” el SNC, deja de hacer sus ajustes, deja de sostenerse; empieza como a abandonar la actividad y detrás de eso suele aparecer el dolor. Son mecanismos que tienen que ver con la monotonía de los estímulos y la monotonía de las acciones.

Por ejemplo, en trabajos de oficina o más o menos rutinarios, tendemos a automatizar nuestros movimientos y acciones, restando eficiencia y espontaneidad a lo que hacemos. La repetición se convierte en habituación y cuando esto ocurre, dejamos de prestarle atención -de ser conscientes- y ya no intentamos mejorarlo. Tal y como decíamos previamente, es la disminución de una respuesta ante la presencia repetida de un determinado estímulo.

En este sentido, Jaime Polanco, fisioterapeuta y profesor del Método, nos señala: “Tomar conciencia de cómo nos movemos nos facilita detectar dónde hay tensiones, molestias, dolores, resistencias y nos invita a explorar nuevas opciones para elegir la manera más adecuada de realizar una acción, teniendo como referencia nuestras propias sensaciones”. A su vez, como hemos mencionado en un párrafo anterior, cambiar, renovar u optimizar nuestros movimientos, también nos ayuda a restaurar e la salud de nuestro sistema nervioso y mantener nuestro cerebro lúcido, claro, atento y vital.

Repasemos algunos más de todos los beneficios que nos invita a vivir este taller:

A nivel físico:

  • Cambia la rigidez por la libertad de movimiento.
  • Mejora nuestra postura, equilibrio y movimientos cotidianos.
  • Previene las consecuencias del envejecimiento, de la vida sedentaria, de los malos hábitos posturales y de los movimientos repetitivos.

A nivel neurológico:

  • Promueve la plasticidad cerebral.
  • Cambia la dispersión por la atención.

A nivel cognitivo y creativo:

  • Favorece el pensamiento lateral.
  • Flexibiliza los pensamientos recurrentes.

Tu cuerpo sabe, aunque tu mente olvide. Conecta pensamiento, emoción y movimiento.

Conviértete en observador de tus patrones corporales y mentales.

A diario nos movemos entre realidades conocidas: los lugares en los que vivimos, las personas que frecuentamos, los trabajos que hacemos, etc. Estas rutinas muchas veces se vuelven monótonas y agotadoras. Podemos dejarnos abrazar por ellas o encontrar formas de innovar para soslayarlas, que nos permitan sentirnos mejor en la relación con nosotros mismos, con los demás y con lo que hacemos.

Al final, la vida son relaciones. De hecho, es a partir de la relación con nuestro cuerpo, con nuestro entorno, con los otros, con lo que pensamos y sentimos, con el pasado y con el porvenir, que vamos construyendo experiencias, y sobre ellas y nuestras interpretaciones de las mismas, vamos aprendiendo. Es así como se establecen patrones en nuestro sistema nervioso que tienen su lado bueno, pues nos ahorran energía y nos libera la atención para nuevos aprendizajes; y su lado menos bueno, pues nos lleva a vivir en “piloto automático”. Estado que nos acerca a la monotonía y nos aleja de la innovación.

Ahora bien, hablamos de monotonía, pero ¿a qué nos referimos exactamente? En cierta forma, lo anticipábamos en el párrafo anterior. Los momentos piloto automático son los que nos empujan a vivir -y a veces a padecer- la monotonía. Es decir, dentro de nuestras rutinas, llegamos a convivir con cuestiones que, aunque nos incomodan, terminamos por acostumbrarnos. Los ejemplos son infinitos. Desde convivir con un dolor crónico producto de una postura inadecuada; aliarnos con un estado de rabia casi permanente producto de arrastrar un conflicto laboral, y hasta zanjar una discusión producto de no encontrar la forma correcta de decir lo que queremos decir.

Monotonía, siempre lo mismo. Lo mismo conocido y, por eso, tal vez no tan malo; así concluimos. No obstante, ¿qué hay de la innovación?

¿Qué pasaría si no fuera tan difícil liberarnos de ese dolor, resolver ese conflicto o encontrar argumentos sólidos más conectados con nosotros y con lo que queremos decir -independientemente de con quién tengamos que hacerlo-?

Veamos una cosa antes de continuar. Debemos saber que para cambiar y/o innovar, necesitamos conocer exactamente hacia dónde dirigimos nuestra atención. Considerando las hipótesis, es posible que estemos centrados en el dolor, pero no en qué lo produce; es posible que pongamos el foco en el colega y en el conflicto, pero no en la forma en la que nos afecta o en una solución. Más aún, cuando decidimos abandonar una discusión, probablemente escuchábamos para responder, en vez de para comprender. Entonces, lo que quizás no nos hayamos planteado nunca, es que hay maneras de entrenar la atención y dirigirla hacia “un fin en movimiento”: desmontar el piloto automático y encontrar nuevas maneras de hacer y de Ser. Esto es lo que nos permite la Técnica Alexander (TA); salir de nuestros automatismos a través del control consciente del movimiento.

Lo que hace la Técnica Alexander es desarrollar y fortalecer un entrenamiento físico y mental que ancla la atención en el cuerpo, fortalece nuestro auto-control y afianza nuestra dirección hacia un propósito determinado. Curiosamente, justo porque hablamos de control podemos hablar también de libertad: la libertad de saber romper patrones cuando quedaron obsoletos; la libertad de innovar con nuevas y mejores maneras de hacer.

Ahora bien, para hacer ese “puente” entre las respuestas corporales -la tensión muscular, el desequilibrio o la falta de energía- con las creencias que las sostienen, María de Marcos fusiona la Técnica Alexander con el Coaching Ontológico. Así, el cerebro analítico puede contrastar sus creencias con la sabiduría e intuición que emanan de otras partes del ser y aprender a confiar, apoyándose en experiencias reales. Veamos un caso real.

Carla llegó a las clases de Técnica Alexander buscando seguridad en sí misma. El segundo día, llegó sin dormir: había pasado la noche dando vueltas al machaque diario que recibía de su jefa. Físicamente, le dolía el estómago, estaba cerrada y encogida. Estaba convencida que todo aquello era su culpa.

Nuestra especialista le preguntó que necesitaba en ese momento: “tranquilizarme”. Y así, empezaron a trabajar juntas para ver cómo estaba manejando Carla su atención.

Carla podía notar que estaba totalmente fuera de sí: su atención estaba puesta en la situación laboral y en su jefa. Gracias a las sensaciones físicas que llegaban a través del contacto y del movimiento, el presente empezó a abrirse paso en la mente de Carla. Cuando esto ocurría ella tomaba conciencia de lo que pasaba en su cuerpo y la vivencia cambiaba de un estado de ansiedad a un estado de calma progresiva.

Al cabo de varios ejercicios, Carla empezó a registrar experiencias corporales distintas: la tensión se transformó en expansión, el encogimiento en apertura y el estar en vilo en un buen apoyo. Sobre esa diferencia, aprendió a construir un criterio de lo que en ese momento era bueno y necesario para ella y lo que no. También descubrió algo curioso: cuando María tomaba una de sus piernas para movérselas, a Carla le resultaba imposible no ayudar, aunque esto le provocara más tensión. María le pidió que focalizara su intención -precisamente- en no ayudar. Y Carla se dejó ir.

¿Por qué Carla estaba volcada en ayudar? ¿Para qué se anticipaba a lo que, según ella, iba a pasar? ¿Esto le pasaba sólo en su trabajo o también en entorno familiar, en su vida? Fuera de la infinidad de analogías que podríamos recrear, el momento para Carla fue revelador porque entendió que si podía dirigir voluntariamente su atención, podía parar sus automatismos y mantenerse enfocada en lo que era bueno para ella y para la situación. Podía ganar un espacio interno precioso para decidir qué hacer a continuación.

Sólo 45 minutos combinando el Coaching Ontológico y la Técnica Alexander, habían resultado en un contundente aprendizaje de auto-regulación y auto-control en acción.

Lo que sucedió durante esa sesión, ayudó a Carla a tomar distancia, a revisar su papel en la situación y a ver nuevas alternativas de acción.

Uno de los beneficios más importantes del desarrollo del control consciente de las reacciones, como lo fue para Carla, es que las capacidades que se desarrollan son transferibles a todas las situaciones vitales. La atención dirigida, el autocontrol y la autorregulación nos permiten revisar nuestros juicios e interpretaciones, gestionar nuestras reacciones y conductas, mantenernos flexibles frente a la incertidumbre laboral o, incluso, frente al duelo por la pérdida de una relación o el miedo a estar solos.

“El movimiento es de dentro hacia fuera; es hacer para Ser; es un pulso vital sencillo; es el fluir del Ser en relación con la vida. Tu postura es el reflejo de tu movimiento por la vida”. María de Marcos

Pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas.

El recientemente fallecido sociólogo polaco Zygmunt Bauman, creador del concepto de la modernidad líquida, nos ha dejado grandes conceptos y uno de ellos supone un estupendo punto de partida para este artículo:

“El viejo límite sagrado entre el horario laboral y el tiempo personal ha desaparecido. Estamos permanentemente disponibles, siempre en el puesto de trabajo”.

Hemos llegado a un punto en el que pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas y eso tiene efectos nocivos en todos los aspectos de nuestras vidas. Algunos los notamos inmediatamente, pero la velocidad con la que suceden las cosas hace que nos acomodemos a ello -como sea- y sigamos adelante. Efectivamente, la sociedad actual se caracteriza por la aceleración, la inmediatez, la dispersión y la multitarea. En consecuencia, nos hemos vuelto personas estresadas, ansiosas, dispersas, con prioridades confusas, y con relaciones fugaces y livianas. Incluso la relación con nosotros mismos se ha vuelto esporádica y ha perdido profundidad, producto del abuso en vez del buen uso de las tecnologías.

No obstante, en medio de esa aceleración, continuamos lidiando con todo. Adaptándonos a la realidad, trabajando cada vez más horas, restringiendo cada vez más los espacios personales, anestesiando las molestias con un químico, respondiendo a todos y a todas y estando siempre disponibles. Decir que “no” casi ha dejado de ser una opción. La hiperconexión, esa trampa en la que la mayoría de nosotros hemos caído, nos exige estar disponibles por todos los medios 24×7. ¿Lo paradójico de todo esto? En cierta forma, la tecnología no nos permite estar ausentes, pero tampoco nos permite estar presentes.

Todos sabemos que el crecimiento de la tecnología ha sido exponencial y nos ha simplificado la vida en muchos aspectos. Por ejemplo, nos permite trabajar desde lugares remotos, consultar información, datos y noticias en tiempo real y un sinfín de etcéteras. Pero, como había dicho párrafos antes, hemos caído en sus trampas. Efectivamente, esa omnipresencia tecnológica ha invadido -sin mucha gradualidad-, todos nuestros espacios: la oficina, la cena con la familia, con amigos, los viajes en coche, etc.

No podemos ignorar que todo esto ha deteriorado nuestra capacidad de atención, de diálogo y de escucha y, físicamente hablando, nos ha multiplicado las contracturas, las molestias y las tensiones musculares.

En este sentido, una nota publicada en el suplemento de salud del diario El Mundo en Abril de este año, señala al Text Neck como la epidemia que sufrirá todo el mundo por el uso excesivo del móvil. Definido por el quiropráctico Dean L. Fishman, este trastorno supone un cuadro de síntomas músculo-esqueléticos detectados tras el uso prolongado de dispositivos móviles que fuerzan a la columna cervical a adoptar una postura patomecánica o lesiva. Lo curioso (o no tanto) es que según el último informe de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), cada persona pasa de media 33 horas semanales con sus ojos pegados a la pantalla de sus dispositivos móviles inteligentes, superando diariamente las 150 interacciones.

Ahora bien, tanta conexión, tanta ausencia, tanta presencia, tanta atención y desatención, ¿cómo lo gestionamos para que no se convierta en una pesadilla?

Srikumar Rao, señala en su libro Happiness at work: “El mayor obstáculo para tu felicidad es tu creencia de que eres prisionero de las circunstancias”. Dicho de otra forma, está claro que no podemos hacer nada para cambiar esa realidad (ni ninguna otra), aunque sí podemos intervenir en nuestra forma de reaccionar y relacionarnos con ella. Es en este sentido que nuestra especialista, María de Marcos, nos propone hacernos cargo y recuperar la magia del instante, del momento presente, del mientras tanto. De conectarnos más con nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con nuestras emociones y con lo que nos rodea.

Tomar conciencia del impacto que las nuevas tecnologías tienen sobre nuestra salud corporal, mental, emocional, social y profesional, supone un primer paso para aprender a gestionar todo ello de manera concreta.

Esa el la propuesta de María, que nos invita a ser observadores de nuestros patrones corporales y mentales. Seguidamente, nos enseña a desarrollar hábitos saludables y sostenibles en el tiempo, y a incorporar en nuestro trabajo y cotidianeidad técnicas de re-educación psico-física.

Es necesario comprender que tenemos la capacidad de aprender a autogestionarnos para sentirnos bien. A diferencia de nuestros dispositivos electrónicos, cuando llegamos al final del día al mínimo de energía no podemos conectarnos a nada para recuperarla. Somos nosotros los que tenemos que aprender a administrar y recuperar nuestra energía para no acabar agotados y arrancar cada día con lo mínimo indispensable. Necesitamos dejar de estar sin estar y aprender a sumar calidad y presencia a cada momento que transcurre en medio de esta modernidad líquida.

Este curso nos permitirá, entre otras cosas:

  • Conectar con las necesidades del momento presente, incorporando un método para atenderlas con el menor esfuerzo físico y mental.
  • Gestionar las situaciones mientras ocurren. Reacción (automática) vs. Decisión (consciente).
  • Desarrollar una relación respetuosa y auténtica con uno mismo.
  • Aprender a generar respuestas creativas para hacer frente a las dificultades. Responsabilidad.

Vive con menos tensión. Maneja los ritmos. Optimiza el esfuerzo.

Método Feldenkrais®. Conecta pensamiento, emoción, y movimiento.

¿Qué significa tener un cuerpo organizado?

Una de las definiciones del creador del método que lleva su nombre, Moshé Feldenkrais, dice: “Mi método busca tener un cuerpo organizado que permita moverse con el mínimo esfuerzo y la máxima eficacia; no a través de la fuerza muscular, sino mejorando la conciencia de cómo funciona”.

Veamos una simple analogía para entender un poco más. Si mantenemos la puerta abierta de la nevera durante días mientras la misma está conectada a la corriente, su funcionamiento, su rendimiento y su eficacia serán, cuanto menos, deficientes. Lo mismo ocurre con nosotros. Si mantenemos en el tiempo determinadas formas de movernos, de pensar y de vivir disfuncionales, nuestra energía, rendimiento y eficacia irán decreciendo y entorpeciéndose poco a poco.

Mantener el cuerpo organizado es optimizar, aprovechar y desarrollar nuestra forma de movernos, para ahorrar esfuerzo y liberar energía que nos permitirá vivir de forma más ligera, más libre, más creativa y más eficiente. Sin embargo, para ello, será necesario conocernos, aprender y tomar conciencia. No podemos cambiar nada de lo que no conocemos.

Y me animo a agregar, tampoco podemos cambiar nada, sin intención dirigida, aunque lo conozcamos.

De hecho, en el contexto de esa falta de conocimiento, es habitual que cuando nos referimos al cuerpo, pensemos en nuestra forma física y/o estética y no reparemos en la importancia que tienen nuestros movimientos o posturas corporales para influir en nuestras sensaciones, acciones o emociones. Pero en nuestro día a día tenemos cientos de ejemplos en los que podríamos reparar; pensemos en un par: ¿andamos igual cuando vamos que cuando volvemos del trabajo? ¿Tenemos la misma postura cuando trabajamos que cuando estamos en una reunión con amigos?

En cierto modo, los interrogantes nos permiten tomar conciencia del “peso” del cuerpo, del esfuerzo corporal que debemos hacer cuando algo no nos motiva o nos resulta tedioso y de la ligereza que experimentamos mientras desarrollamos una actividad placentera, un alivio y/o una desconexión. Es que, ciertamente, el cuerpo es la base sobre la cual se fundamentan los pensamientos, sentimientos, emociones y acciones.

Esto significa que si cambiamos nuestra manera de hacer las cosas, si renovamos y optimizamos nuestros movimientos y posturas, no sólo estaremos trabajando sobre la rigidez corporal, sino también sobre la rigidez mental. Y no sólo eso. El Método Feldenkrais, a través del lenguaje de los movimientos, nos enseña a darle más fuerza a muchas de nuestras acciones que se verán reflejadas en una mayor seguridad, autoconfianza y poder personal.

¿Acaso hay alguien seguro de sí mismo que lleve una postura encorvada y movimientos letárgicos? Hay algo que sería casi ilógico someter a debate: una postura expansiva expresará seguridad y una postura inestable y/o perezosa transmitirá inseguridad.

Todo podemos descubrirlo siendo observadores de nosotros mismos.

Y eso es, en parte, lo que propone este método de trabajo. Movernos con el menor esfuerzo, observando las relaciones que se establecen entre las distintas partes del cuerpo y las sensaciones que experimentamos. Al dirigir la intención hacia lo que sucede mientras nos movemos, podemos aprender sobre nosotros mismos a través de la experiencia y desarrollamos lo que este método llama Autoconciencia a través del Movimiento.

Así, a medida que somos capaces de ir eliminando movimientos disfuncionales, también iremos eliminando pensamientos recurrentes e indeseados, pues como afirma el creador del método: “Si cambiamos la manera de movernos, cambiamos la manera de pensar”.

Practicar este método, como decíamos al comienzo cuando citábamos las palabras de Feldenkrais, nos permite tomar conciencia de cómo nos movemos; nos facilita detectar dónde hay tensiones, resistencias y a explorar nuevas opciones para elegir la manera más adecuada de realizar una acción. Aprender cómo cambiar, renovar u optimizar nuestros movimientos nos ayuda a crear nuevas conexiones neuronales en el cerebro que aumentan nuestra percepción, creatividad, espontaneidad e intuición.

En tal sentido, Jaime Polanco, como fisioterapeuta y profesor del Método Feldenkrais, nos señala que los movimientos diseñados por su creador apuntan a que cualquier persona sea capaz de restaurar efectivamente la salud de su sistema nervioso y mantener su cerebro lúcido, claro, atento y vital.

De alguna manera, todo lo que hemos venido contando nos separa un poco de la creencia popular que asocia este método con lo estrictamente físico y postural. Por el contrario, nos acerca a entender que la idea no es mostrar cuál es la forma correcta de mantenerse o caminar, sino de tomar conciencia sobre cómo nos movemos para ser capaces de descubrir por nuestros propios medios la mejor manera de actuar, teniendo como referencia nuestras propias sensaciones.

«Movimiento es vida. La vida es un proceso. Mejora la calidad del proceso y mejorarás la calidad de vida». Moshé Feldenkrais.

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