La manera de movernos describe cómo somos, pensamos y actuamos.

Cambia tu cabeza, moviendo tu cuerpo.

«Movimiento, sensación, emoción y pensamiento son aspectos de una misma constelación. Cuando uno de ellos se mueve, se mueven también los demás. Si cambias la manera de moverte, cambias la manera de pensar.» Moshé Feldenkrais.

A esta altura, no caben dudas acerca de que todo está conectado en nosotros y que el cambio en uno de los aspectos afecta a todos los demás. No obstante, muchas personas siguen lógicas cerradas. Entienden que la única manera de cambiar sus pensamientos es centrándose en ellos; que la única forma de gestionar un estado de ánimo es desde la misma emocionalidad, y que una molestia corporal sólo se puede mejorar desde el cuerpo. Muchas veces la obviedad no es sinónimo de efectividad.

A propósito de cómo todo está conectado, una de las investigadoras que más aportaciones y estudios científicos ha realizado sobre el comportamiento no verbal, Amy Cuddy, se interesó en estudiar: 

Cómo el lenguaje del cuerpo influye en cómo nos ven los demás y en cómo nos vemos a nosotros mismos (autoimagen).

Ella muestra que sus llamadas «posturas de poder» -posturas y gestos abiertos y expansivos- pueden transformar nuestras emociones, pensamientos, nuestra fisiología, e incluso, pueden mejorar nuestras probabilidades de éxito.

Todo esto es un pequeño ejemplo de lógica abierta que muestra un poco de lo que estamos hablando; eso de que todo tiene que ver con todo y de cómo muchas veces, “lo obvio”, no es ni la única ni la más efectiva alternativa. El Método Feldenkrais® es una prueba de ello. Para este método, el cuerpo es la herramienta fundamental que facilita llevar adelante cambios sustanciales y profundos en el proceso evolutivo. Ahora bien, ¿de qué cambios estamos hablando? ¿Qué es lo que perdemos en esa evolución y deberíamos recuperar y/o cambiar? Veamos un poco qué nos sucede con el paso del tiempo.

Cuando somos niños nos descubrimos y descubrimos nuestras posibilidades funcionales o patrones de acción por ensayo y error y sin exigencias por los resultados, lo que permite refinar los patrones en base a la propia experiencia; a esto se lo llama aprendizaje orgánico. Esos patrones aprendidos se organizan en base a la experiencia temprana de los reflejos, las reacciones de enderezamiento y las respuestas de equilibrio que son parte de la memoria genética del ser humano, independientemente de su raza, condición social, sexo y otros condicionantes.

No obstante, con el tiempo y tal vez sin darnos cuenta, todos vamos perdiendo esa capacidad de aprendizaje, pues nuestra autoimagen se va distorsionando por distintas influencias culturales, por el entorno, por miedos, hábitos, etc. Dicho de otra forma, ya no exploramos con tanta libertad, estamos más condicionados y menos curiosos. El Método Feldenkrais® nos invita a recuperar esa conexión con “nuestro niño interior” y a redescubrir ese aprendizaje orgánico. Nos propone volver a explorar y aprender -mediante el movimiento- nuevos patrones de acción y a descubrir cómo hacer más eficientes los que ya existen.

Todo este proceso es posible gracias a la plasticidad del sistema nervioso y su modo y posibilidades de aprendizaje en base a la experiencia personal.

Diversas investigaciones han demostrado que el cerebro tiene la capacidad de desarrollar a lo largo de la vida nuevas conexiones neuronales, eliminar otras y cambiar o modular la intensidad de las que ya existen. Y es importante saber que todos nuestros pensamientos, patrones emocionales y creencias no son otra cosa que conexiones neuronales que se han ido conformando con el paso del tiempo; que se desempeñan en conjunto para realizar cada actividad y que se van reforzando a medida que repetimos una acción, hasta convertirlas en hábitos y/o rutinas.

Y en ese sentido, el movimiento es la principal (y visible) expresión del sistema nervioso. Por ello, cambiando, optimizando nuestros patrones, aprendiendo a refinar nuestra gestualidad y nuestro lenguaje no verbal -como bien señalaba Amy Cuddy- podemos mejorar significativamente nuestras vidas.

No olvidemos que la manera de movernos describe cómo somos, cómo pensamos, cómo actuamos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea.

A propósito de todo ello, vuelvo con un ejemplo que a todos podría resultarnos familiar. Si observamos a alguien caminando lento y cabizbajo como si llevara una mochila de 5 kilos a cuesta, ¿le creeríamos si nos responde que es el mejor día de su vida? Claro que no.

En ese caminar, en esa acción que hace ese alguien, intervienen: movimiento, sensación, emoción y pensamiento; y, por supuesto, cómo todos ellos se relacionan entre sí. Ahora bien, si cada uno de nosotros se viera identificado con el colega de la mochila, y sabiendo que es posible cambiar esos patrones de movimiento y, que a su vez, al cambiar esos patrones cambiaría nuestra forma de estar en el mundo, nuestra forma de pensar y de relacionarnos, ¿por qué no intentarlo?

Jaime Polanco, fisioterapeuta y profesor del Método Feldenkrais®, nos invita a tomar conciencia sobre cómo nos movemos para ser capaces de descubrir por nuestros propios medios la mejor manera de llevar a cabo una acción, teniendo como referencia nuestras propias sensaciones. Nos enseña cómo aprender, cambiar, renovar u optimizar nuestros movimientos, para cambiar también nuestra forma de pensar, para aumentar nuestra percepción, nuestra creatividad y nuestra atención.

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